Muro de oro
Phelps bate a Crocker en los 100 metros mariposa y le cede su plaza en los 4x100 estilos
El póster ha colgado de la pared durante un año, exactamente desde el día que Michael Phelps regresó a Estados Unidos tras su sensacional actuación en los Mundiales de Barcelona. El póster le ha recordado que es vulnerable, pero también le ha servido para enfocar su pasión competitiva. El póster le ha señalado un año, un día, una hora. La fecha estaba marcada en rojo: 20 de agosto, 2004, aproximadamente a las 20.23, la hora de la final de los 100 metros mariposa. Le esperaba el chico del póster, Ian Crocker, el nadador que le venció en los Mundiales de Barcelona, que le derrotó en los trials estadounidenses, que le cerraba el paso para conquistar el oro en la prueba de 4x100 estilos. Phelps consiguió así vía libre para las seis medallas de oro -cedió su plaza en los relevos a Crocker, pero esa circunstancia no le impedirá conseguir el oro si gana Estados Unidos, ya que participó en la semifinal-. En una final desbordante de emoción, superó en el último metro a Crocker. La pesadilla ha terminado. Ya es todo un mito del deporte.
El campeón ya puede arrancar de su pared el póster del rival que le hizo sentirse vulnerable
Crocker es un raro producto de la natación norteamericana. En su estado natal, Maine, casi en la frontera noreste con Canadá, no hay ninguna piscina olímpica, de 50 metros. Su formación como nadador fue de una precariedad inconcebible en su país. Nunca un nadador de Maine había participado en los Juegos, ni se le esperaba. Crocker, un chico de casi dos metros, desgarbado, sin la definición muscular que caracteriza a los nadadores, tuvo que emigrar al sur para explotar su potencial. Viajó a Austin, se enroló en la Universidad de Texas y allí encontró todas las facilidades para desarrollar su talento como mariposista. Con 18 años, fue cuarto en Sidney 2000. Con 22, llegó a Atenas con el récord mundial de los 100 mariposa y un par de victorias sensacionales sobre Phelps. Eso le había dado algún nombre, pero no el suficiente para acreditarlo como estrella. Crocker es un muchacho tranquilo, fanático de Bob Dylan y de los viejos Cadillacs. No es una estrellas mediática. Sólo era el nadador dispuesto a acabar con la leyenda de Phelps.
La prueba comenzó a disputarse hace un año. Técnicamente, sólo duró 51,25 segundos, el registro que marcó Phelps para ganar. Quizá en apenas 50 segundos se resolvió el drama, pero lo interesante de esta carrera viene de lejos, de tan lejos que en algún momento desestabilizó a Phelps. Llevó tan mal la derrota en los Mundiales de Barcelona que dio señales de angustia. Los 100 mariposa significan demasiado para él: es su estilo favorito, se trata de la carrera en la que consiguió su primer título mundial (Fukuoka 2001) y tiene el carácter de llave para participar en los relevos de 4x100 estilos. Si Crocker le ganaba, no tendría un puesto en el equipo titular estadounidense, algo casi humillante para el mejor nadador del mundo. Y Crocker le había derrotado tantas veces que, por una vez, los pronósticos no favorecían a Phelps.
Durante todo el año se preparó física y mentalmente para afrontar la carrera en las condiciones perfectas, si eso posible después de 17 carreras en siete días. No sólo se enfrentaba al mejor del mundo, sino que tendría que hacerlo en condiciones de inferioridad. Crocker le había superado en los trials. Empeñado en derribar a Phelps, ha desatendido otras pruebas. Se clasificó para disputar los 100 libres en Atenas, pero fracasó rotundamente. No alcanzó las semifinales. Los médicos dijeron que había sufrido un proceso gripal. Puede que fuera cierto, pero la realidad es que Crocker sólo tenía una carrera en la cabeza: la que decidiría la supremacía mundial en los 100 mariposa.
Fatigado, con problemas de sueño, Phelps ha demostrado en los últimos días una enorme capacidad de análisis y una perfecta administración de sus fuerzas. En los Mundiales de Barcelona nadó cada prueba como si fuera la última. Parecía el nadador nuclear. En cada intervención batía un récord del mundo, y hasta logró dos en un mismo día, algo inédito en la historia de la natación. Crocker no hizo nada. No batió ningún récord. Sólo le esperó. Descansado. Y le batió. Phelps aprendió aquella lección. En los tres días anteriores a la final de 100 mariposa, ganó las pruebas de 200 mariposa y 200 estilos con excelentes registros, pero sin récords. Si quería imponerse a Crocker debía administrar el consumo de energía. Sólo así tendría una oportunidad. Porque lo demás estaba definido en el guión: Crocker saldría como un tiro, Phelps arrancaría con dificultades y el resto de la carrera sería un ejercicio de persecución. Así fue. Crocker quiso sacar de rueda a su rival con un despegue impresionante. Pasó por los 50 metros en 23,59 segundos, tres centésimas por debajo de su récord. Phelps, mucho menos explosivo, no logró mejorar su rendimiento en el arranque de la prueba. Pasó en quinta posición, a 77 centésimas de Crocker, con todas las alarmas encendidas. Sólo disponía de 50 metros para anular esa diferencia. En los dos últimos enfrentamientos no lo había conseguido. En Atenas parecía imposible.
Lo que sucedió pertenecerá a los grandes momentos de los Juegos. Crocker amplió la ventaja en el viraje, uno de sus puntos fuertes. Phelps no desfalleció. Es de acero. Como los grandes campeones, su poderío mental es igual o superior a sus condiciones físicas y técnicas. Se encontraba en pleno estado de crisis, pero resolvió el problema con un terco asalto a Crocker. Recortó el margen centímetro a centímetro, porque Crocker no cedía. El duelo, esperado como ninguno durante todo un año, alcanzó su cumbre en los últimos diez metros, entre el griterío ensordecedor de los espectadores. Lo que vieron fue el poderoso ataque de Phelps a la pared y las dudas de Crocker. Fue el único instante en que el gran campeón estuvo por delante de su rival. Fue justo en la pared, donde cuentan las victorias. Phelps ya puede retirar el póster.
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