Un gran hombre de teatro
UN PLACER adicional en la lectura de este Teatro completo es el de detectar las voces tras los personajes. Mihura fue un hombre de teatro total y absoluto, a la antigua usanza, que quería controlar todo el proceso: escribía para tal o cual cómico, dirigía sus comedias, y acabó convirtiéndose en empresario, una vez liberado del yugo de Arturo Serrano, propietario del Infanta Isabel, escenario de sus grandes éxitos.
Los lectores con memoria histórica advertirán su extraordinario oído para captar los tonos y ritmos de Fernando Fernán-Gómez (El caso del señor vestido de violeta), Isabel Garcés (para quien escribió, entre otras, La canasta, Sublime decisión y Melocotón en almíbar), Julia Gutiérrez Caba (Las entretenidas) o Manuel Alexandre (La tetera). Compuso A media luz los tres para el trío Conchita Montes-Pedro Porcel-Rafael Alonso, que acababan de triunfar con El baile (y su autor, Edgar Neville, le cedió por primera vez la batuta) y, tras el éxito de Ninette y un señor de Murcia, que lanzó a la pareja Paula Martel-José María Mompín, escribió para ellos la secuela Ninette, modas de París y, como regalo de bodas, Sólo el amor y la luna traen fortuna, su despedida como dramaturgo, en 1968.
Mi anécdota preferida de su minuciosidad como director -recogida por Julián Moreiro en su estupenda biografía Mihura. Humor y melancolía- presenta a don Miguel llegando a un ensayo en compañía del crítico cinematográfico Alfonso Sánchez, que era la carraspera con patas, para mostrarle a un actor la forma correcta de toser. "¿Lo ve usted? ¡Así se tose, hombre!".
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