Marosa di Giorgio, poetisa
El martes 17 de agosto, a las nueve de la mañana, falleció en Montevideo la gran poetisa uruguaya Marosa di Giorgio Medici (Salto, 1932-Montevideo, 2004). La conocí en Buenos Aires y Montevideo, donde presencié varios de sus recitales, en locales atestados de gente que acudía con horas de anticipación. Es difícil trasladar al papel la atmósfera que creaba esta uruguaya cuyo poder oracular de gran diosa blanca nos recordaba la fuerza emotiva de la también rioplatense Olga Orozco. Marosa di Giorgio fue una de las grandes poetisas latinoamericanas.
En España apenas era conocida más que por pequeños círculos de degustadores de la poesía que disputaban entre ellos los escasos libros que hasta ahora llegaban. Hace tres años la trajimos a Madrid de la mano de Olvido García Valdés y de Miguel Casado para presentar su obra poética completa Los papeles salvajes, publicada en la Editorial Adriana Hidalgo. Su lectura y presentación en el Círculo de Bellas Artes fue memorable.
Marosa, descalza, vestida de gala y rodeada de flores, realizó una performance declamatoria que dejó al público que abarrotaba la sala completamente anonadado.
Su poesía es una mezcla de lirismo, surrealismo y poder alucinatorio y convocante que, con extraña precisión idiómatica, es capaz de crear un mundo tan propio que ya sólo puede ser de Marosa. Es el mundo de su familia, de sus abuelos italianos, que habían fundado haciendas, de su padre, Pedro di Giorgio, y su madre, Clementina Médici, con quien viviría Marosa hasta la muerte de ésta, en 1990. Es el mundo de sus parientes y de genealogías imaginarias donde desfilan poderes ocultos, duendes, misterios, lobas y referencias a una naturaleza exuberante que se ha despertado bajo el conjuro del poeta. Un mundo de asociaciones, imágenes, olores que configuran su casa. Una casa barroca, densa.
En 1998, en Buenos Aires, hicimos coincidir a Marosa con la visita del poeta gaditano Carlos Edmundo de Ory. No hace falta decir que el entendimiento fue absoluto. La religiosidad de Marosa era antigua, pagana, pero muy sincera. Lo incluía todo. Durante su visita a Madrid, luego de un emocionado y complicado recorrido por el Museo del Prado, la poetisa, extasiada con los grandes maestros, con los ángeles, las madonnas y los viejos dioses, me pidió entonces que la acompañara a la iglesia de la Virgen del Carmen. A ésa, y no a otra. Allí sentada, Marosa estuvo literalmente conversando con la imagen de la Virgen durante casi media hora. Luego me pidió que nos fuéramos de vinos por Madrid. A Marosa le gustaba beber y disfrutar de la vida.
Su obra, editada en Venezuela, México y otros países latinoamericanos, fue recogida en numerosas antologías. Sus famosos recitales la llevaron por todo el mundo, Europa, Estados Unidos, Israel y Latinoamérica. Publicó también los libros de relatos eróticos: Misales y Camino de las pedrerías. Es autora de una sola novela, Reina Amelia, también publicada en Adriana Hidalgo. Su vozarrón cascado, que hoy se apaga, dejó escapar los poemas más singulares de América.-
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