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Columna
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Musica terrenal

Quisiera proponer una reflexión mestiza de letra y música, arrimando estas palabras de Jordi Savall, violagambista y compositor que el martes actuó en la Quincena Musical donostiarra -"La riqueza musical de un país no depende de la verdadera riqueza de su patrimonio, sino sobre todo de su capacidad para valorarlo"-, a los resultados de la reciente encuesta del CIS sobre "percepción ciudadana sobre las víctimas del terrorismo" y a algunos de los comentarios que han suscitado. Estoy de acuerdo con Savall en que lo importante es la recepción. No hay música sin escucha. Si no suena en los oídos de alguien no suena. Estará en un limbo incomunicado, pero propiamente no será hasta que se produzca el contacto con el otro. Lo que cuenta es el contacto y, entonces, la capacidad del receptor. Capacidad que no sólo es aptitud, sino, fundamentalmente, actitud: curiosidad y voluntad de escuchar, de recibir sentidos, efectos, enseñanzas. En definitiva, de descifrar el mensaje. Y lo mismo puede valer para cualquier acto de comunicación, que no es cuando se emite, sino cuando llega. La pluralidad semántica del verbo llegar (que alcanza y cala) refuerza, en este caso, el argumento. Pero no quiero abandonar la música. Porque la escucha musical es un acto puro, una meta en sí misma. Escuchamos sin pensar en responder, con la atención centrada en las sensaciones que nos produce, en su impacto sobre nuestro pensamiento o nuestra memoria.

Todo lo contrario de lo que sucede con el debate social que se confunde cada vez más con un intercambio de afirmaciones y réplicas. Uno dice algo y otro contesta enseguida, al primer bote, incluso de volea, antes de que el primer enunciado roce la tierra firme de la argumentación. Hoy la mayoría de las discusiones arrancan como partidos que persiguen la victoria propia (o la derrota ajena) y no un conocimiento útil para todos. Y enlazo con los datos del CIS. Esa encuesta revela que la gente piensa que en Euskadi no hacemos lo suficiente por las víctimas del terrorismo, y al instante alguien responde. Responde que esa gente está equivocada, naturalmente, o condicionada: por la subjetividad, la lejanía, la manipulación mediática o el contagio de lugares comunes. Y ahí se atasca la cuestión, contemporáneamente a las bombas de ETA que estallan con menos daño del que solían, pero seguro que con idéntica activación del padecimiento y del temor de las víctimas.

Y, sin embargo, todo cambia -y mucho cambiaría en nuestras condiciones y convivencias- cuando esa encuesta se escucha como música. Sin pensar inmediatamente en una respuesta, sino buscando posibilidades y sentidos; inventariando sus efectos en nuestro ánimo ideológico; acogiendo abiertamente las preguntas que alienta. ¿Por qué el trato que la iglesia vasca o el PNV dispensan a las víctimas recibe un suspenso general? En lugar de pensar en manipulaciones y mimetismos, ¿no será más útil imaginar que pesan en la memoria imágenes como la del obispo Setién pasando sin mirar por delante de la familia de Aldaya secuestrado, o de la viuda de Joseba Pagazaurtundua recogiendo sin compañía nacionalista su medalla? Y preguntarse qué nuevas imágenes podrían reemplazarlas, remediarlas. Si el Gobierno vasco sólo saca en Euskadi un aprobado pelado, ¿no será que lo que se hace desde las instituciones es demasiado poco o demasiado abstracto? ¿O que es tarde y entonces cómo medir y recuperar el tiempo perdido? ¿O no será que se ha empezado de cero cuando habría que empezar de más atrás, desde el rastro helado de muchos bajo ceros de indiferencia y de abandono? ¿Y que faltan cimientos para que las construcciones solidarias se consoliden y crezcan a ojos vista? Y que el 48% de los españoles piense que los vascos apoyamos poco o nada a nuestras víctimas, mientras que aquí más del 50% de los encuestados cree que el apoyo es adecuado, ¿significa que de lejos no se entiende nada? ¿O tal vez que es más gratificante, más soportable, pensarse solidario? Sobre todo cuando la víctima, el acosado, el escoltado vive aquí mismo, en el descansillo sin descanso de la misma escalera.

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