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Reportaje:ANÁLISIS: EL MAYOR CONFLICTO DEL MUNDO

Por qué Egipto no quiere una paz completa

Egipto es el país de Oriente Próximo que más directamente ha sufrido los avatares del conflicto árabe-israelí, hasta el extremo de que en El Cairo se solía decir que los Estados árabes siempre estaban dispuestos a combatir a Israel hasta el último egipcio.

La primera guerra árabe-israelí se vio precedida, tras la creación del Estado de Israel en 1948, de un intenso debate sobre la conveniencia de tomar parte en la contienda, y fue el rey Faruk quien, por aspiraciones de liderazgo regional, optó por una intervención que acabó provocando la caída de la monarquía por un golpe de Estado militar, en julio de 1952.

El coronel Naser, que fundaba entonces una república socializante, era un líder en busca de un papel histórico que hiciera honor al pasado faraónico de Egipto y a su presente como aspirante a potencia regional y, con parecidas vacilaciones entre un destino egipcio o de líder del mundo árabe, se decantaba por este último.

Mientras Israel se dedica al exterminio de la autonomía palestina, muestra una pasiva solidaridad con las víctimas y una voluntad de demorar un acercamiento entre las partes

La liberación de Palestina, ocupada en sus tres cuartas partes por Israel, vencedor en la guerra, se imponía como camino inevitable. Había que derrotar al Estado sionista o forzarle a una paz claudicante, y en junio de 1967, aliado a Siria y Jordania, el régimen naserista quería imponer un dogal diplomático y económico de tal naturaleza a la potencia judía, que Tel Aviv optaba por dar el primer golpe. El nuevo desastre militar, que llevaba a la pérdida del Sinaí y Gaza, le segaba la hierba bajo los pies a un Naser físicamente extenuado y políticamente acabado, que moría el 28 de septiembre de 1970.

Anwar Sadat desencadenaba una nueva guerra en octubre de 1973 para recuperar el Sinaí y, aunque Egipto pudo salvar militarmente la cara, tampoco lograba prevalecer en el campo de batalla. El sucesor de Naser optaba, mediada la década, por un cambio radical de alianzas y, tras varios años de negociaciones públicas y secretas, cambiaría el destino de su país y del área con el único acto político con el que podía recuperar el territorio perdido: un tratado de paz con Israel, firmado en Washington en marzo de 1979. Al retirar a Egipto del bando beligerante, Sadat excluía de un plumazo la posibilidad de una coalición de Estados árabes capaz de declarar la guerra al sionismo. E, igualmente, esa paz impedía que la OLP palestina, creada en 1964, pudiera pensar en la reconquista militar de su tierra.

En parte por ello, el líder de la organización, Yaser Arafat, tomaría en los años ochenta la vía negociadora que llevó a la firma del acuerdo de Washington, el 13 de septiembre de 1993. Pero durante el intervalo entre la paz bilateral con Israel y la firma del plan para el establecimiento de una autonomía en Palestina, Sadat y su sucesor, Hosni Mubarak, mostraban, con lo que se ha llamado paz fría o paz huérfana con Israel, lo poco que entusiasmaba a Egipto la plena normalización de relaciones entre el Estado de los judíos y sus vecinos árabes.

La paz que convertía a los enemigos en adversarios era perfecta. Embajadores en las capitales respectivas, turismo, sobre todo israelí, hacia el país de las pirámides, pero ni intercambios comerciales, ni, por ejemplo, jamás una publicación egipcia o israelí que estableciera corresponsalías en el otro país. Paralelamente, El Cairo regulaba, según el momento, el grado de crítica de su propia prensa contra Tel Aviv, de un lado, para apaciguar a la opinión general árabe, en la medida en que la negociación sobre la creación de un Estado palestino se empantanaba, y, de otro, porque a El Cairo no le convenía una paz de fronteras abiertas y plena cooperación económica en la zona, como la concebida por el laborista israelí Simón Peres. Antes incluso de que se firmara la paz entre Israel y Egipto, un intelectual de izquierdas publicaba a mediados de los setenta un libro premonitorio.

Hegemonía israelí

En Después de que callen las armas (After the guns fall silent), el egipcio Muhamad Sid Ahmed advertía de que "la superioridad y la capacidad tecnológica de Israel, si llega la paz a la región, le permitirá dominar económicamente a los árabes, impidiéndoles que sean dueños de su propio destino". Traducido a lenguaje menos decorativo, era como decir que Israel se transformaría en la gran potencia regional, privando a Egipto de lo que había llegado a considerar como derecho patrimonial histórico: el liderazgo del mundo árabe oriental.

Dentro de esa paz de oropel, el presidente Mubarak ha buscado todo aquello que tensara sin torpedear la consecución de un acuerdo general en Oriente Próximo. Así, en 1994, en el marco de las conversaciones multilaterales árabe-israelíes acordadas en la conferencia de Madrid de octubre de 1991, dirigía la ofensiva diplomática contra la posesión del arma nuclear por parte del Estado sionista.

Tel Aviv, aunque nunca ha reconocido tener el ingenio atómico, se ha negado siempre a firmar el tratado de no proliferación nuclear, que promueve, paradójicamente, su patrón, Estados Unidos. El Cairo, virtuosamente, había prometido, por su parte, no dotarse nunca de ese arma de destrucción masiva, exigiendo a Israel que hiciera otro tanto. Y, de igual forma, cuando el primer ministro israelí, Ariel Sharon, desplegaba a comienzos de 2001 la más extrema represión de la Intifada de las Mezquitas, El Cairo retiraba a su embajador en Tel Aviv, pero no rompía relaciones para que Washington no le castigara por no cumplir la paz firmada y prometida.

Ése es el momento que hoy todavía vive Egipto; mientras Israel se dedica al exterminio de la autonomía palestina, muestra una pasiva solidaridad con las víctimas, pero también su voluntad de demorar un verdadero acercamiento entre las partes, tanto porque un Estado palestino democrático constituiría un precedente gravísimo en un océano de regímenes tan poco representativos como el de El Cairo, como porque no quiere pagar los platos rotos de un, hoy del todo impensable, amigamiento de Israel y Palestina.

Egipto

ø 76.117.421 habitantes -

P 1.001.450 - ilómetros cuadrados.

P 3.900 dólares per capita.

ø Economía basada en la agricultura y el turismo. Crece entre un 2% y un 3% al año. Exporta algodón, gas natural e ingresa divisas por el Canal de Suez.

ø Religión musulmana suní y cristianos coptos.

ø República presidencialista y pluripartidista encabezada por Hosni Mubarak.

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