Política exterior
Ha producido cierto malestar la decoración del edificio de la Villa Olímpica en el que se aloja la delegación cubana. Para marcar su territorio, los cubanos han elegido dos gigantescos murales. En el primero, vemos a un sonriente Fidel Castro jugando al ajedrez. En el segundo, aparece la legendaria figura del Che Guevara. Lo del Castro ajedrecista forma parte de un tratamiento delirante del culto a la personalidad pero lo del Che no debería escandalizar tanto. Al fin y al cabo, la radicalidad juvenil de occidente se apropió de la simbología del Che en los años sesenta y, desde entonces, ha mantenido este ícono como uno de los pocos dignos de ser expuesto, mediante póster o camiseta, en la pared del cuarto de un adolescente. Cada país, pues, exporta lo que puede. Grecia presume de historia, que la tiene, y la Cuba castrista exprime su santoral revolucionario con un sentido desvergonzado del autobombo.
España tampoco se queda atrás y estuvo presente en la ceremonia inaugural no tanto en la faceta deportiva como en la extra-deportiva. En la tribuna, aportó parte de una familia real de origen griego, ahí es ná, y en el cielo, deslumbró al mundo con un espectáculo de pólvora ideado por la empresa catalana Pirotecnia Igual. Por si eso fuera poco, el estadio anfitrión ha sido diseñado por Santiago Calatrava, que practica un gusto por los espacios que combinan el gigantismo paleontológico (sus obras recuerdan los esqueletos de los dinosaurios) y un futurismo hollywoodiense que entusiasma a, entre otros, los cineastas publicitarios (su pebetero móvil parecía un tentáculo del doctor Octopussy).
En el caso del Che Guevara, además, la faceta deportiva está más que justificada. El guerrillero argentino era hincha del Rosario Central y, pese a tener asma, practicó, sin demasiado éxito, el rugby, el ciclismo, la pesca deportiva, el béisbol, el fútbol (como portero) e incluso ejerció de cronista en los Juegos Panamericanos de 1955. Pero donde más destacó fue en ajedrez, deporte no olímpico capaz de desquiciar a figuras tan controvertidas como Bobby Fisher que, en estos días, anda pidiendo asilo en otro de sus enésimos numeritos. El Che Guevara practicaba otra forma de internacionalismo más belicoso que el de Fisher pero cuando se trataba de fútbol, imponía su condición de rosarino sobre todas las cosas. En Colombia, cuentan que, en una ocasión, incluso llegó a presenciar un partido entre el Millonarios y el Real Madrid de Di Stéfano. No sé qué le habría parecido ilustrar el mural de la delegación cubana de los Juegos de Atenas pero esperemos que esta grandilocuencia decorativa y manipulación simbólica y politizada no se pongan de moda. No quiero ni pensar en qué rostros podrían inspirar los murales de ciertos países de cuyo nombre no quiero acordarme.
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