De nuevo Estambul
Las autoridades turcas mantenían anoche abiertas diferentes hipótesis sobre la autoría de los atentados que ayer mataron a dos personas en Estambul y causaron heridas a otras 11, entre ellas cuatro jóvenes españoles. Las explosiones en dos hoteles y una gasolinera han sido reivindicadas por una de las muchas células terroristas que se dicen obedientes a Al Qaeda, pero también por un desconocido grupo kurdo, en la órbita del ilegal Partido de los Trabajadores del Kurdistán. Se trata en el primer caso de la misma que -sin ninguna evidencia hasta ahora- reclamó para sí los de Madrid y ha amenazado repetidamemnte con una oleada de sangre en Europa después del 15 de julio, fecha en la que supuestamente expiró una pretendida tregua de Osama Bin Laden a los infieles europeos para que retirasen sus tropas de Irak, Afganistán o cualquier otro país musulmán.
Sean quienes fueren sus responsables, los atentados han sido calculados para sembrar el miedo y romper la temporada turística de la ciudad más visitada de Turquía. Estambul ha sufrido con frecuencia atentados menores en los últimos años, ataques generalmente sin víctimas, con frecuencia no reivindicados, fruto de rivalidades políticas o relacionados con el ahora apaciguado activismo separatista kurdo. Esas posibilidades van disminuyendo debido a la estabilidad del Gobierno de Tayyip Erdogan, a sus concesiones a la minoría kurda y al sostenido ritmo de sus reformas democratizadoras.
El punto de inflexión se produjo en noviembre del año pasado, cuando Turquía se convirtió súbitamente en objetivo del terror fundamentalista islámico. En menos de una semana, ataques brutales contra dos sinagogas, el mayor banco británico y el consulado de este país en Estambul dejaron más de sesenta muertos y centenares de heridos. Hace poco más de un mes, esta estela de horrores ocasionó otros cuatro muertos y 15 heridos al estallar un autobús en vísperas de la cumbre de la OTAN.
Si para los independentistas kurdos, que en junio pasado dieron por acabado un alto el fuego unilateral, se trata de poner en evidencia a un Estado que les oprime, en el caso de la internacional del terror islamista, Turquía merece especial atención precisamente por su valor ejemplar como país musulmán y secular, miembro de la OTAN y aspirante a la Unión Europea, socio de Washington e Israel y conducido por un Gobierno democrático y moderado. Poner contra las cuerdas a Turquía -que tiene en el turismo una de sus fuentes más saneadas de ingresos- sirve inmejorablemente a la estrategia de Al Qaeda: a mayor represión del integrismo armado, más munición para el victimismo planetario de Bin Laden y sus dinamiteros.
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