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Columna
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Andalucía inglesa

Según una reciente encuesta de Sky News, el 88% de los británicos -o sea de los británicos que suelen ver dicha cadena televisiva y que decidieron participar en la consulta- querrían abandonar el país y encontrar su lugar bajo un sol que nunca fallara, no para pasar las vacaciones (este verano está siendo un desastre en tan desafortunadas latitudes) sino para vivir. Es decir que, si pudiesen, se irían definitivamente. La estadística es impresionante y hay que deducir que los hijos de John Bull no sólo están hasta los mismísimos del pésimo clima que les ha tocado en mala suerte, sino de la vida británica en general. El Reino Unido está triste, ¿qué tendrá el Reino Unido? Mi mujer, que es inglesa, lleva años acusándome de ser antibritánico, de exagerar cada vez que hablo de aquellas gentes y de sus modales y de sus maneras de ser, pero yo me aferro a lo mío y sigo pensando que necesitan una revolución, por supuesto pacífica, deshacerse de su apolillada monarquía, volcar su inmensa experiencia política en la creación de una república y meterse de lleno en Europa. Pero, claro está, no me van a hacer caso a mí. Allí todo sigue igual (como siguieron iguales durante tantas décadas los imposibles horarios de los pubs, hasta que, finalmente, se impuso el sentido común). Los británicos se quieren ir en vez de quedarse en casa y cambiar el sistema. Y, a juzgar por las informaciones que uno capta de vez en cuando en dicho Sky News o en BBC World, así por la evidencia misma de la Costa del Sol, Andalucía figura muy alta en la lista de preferencias de los que ansían escapar de una isla que antaño, y según el famoso chiste, gustaba de proclamar, en tiempos de densas nieblas, que el continente europeo se había quedado aislado de ella y no al revés.

Con la urgencia que va adquiriendo el afán de huida, y a no ser que se venga abajo el mercado inmobiliario del Reino Unido, que desde hace tiempo alcanza cotas astronómicas, dentro de nada va a haber en Andalucía, entre los jubilados y los que por aquí se compren una vivienda, una población de millones de británicos. Abarrotado el litoral, se acusa cada vez más la tendencia a buscar casa en el interior cercano, con fácil acceso a la playa pero sin tener que convivir con la muchedumbre turística. Ya apenas queda pueblo sin ingleses, el mío incluido. Cuando llegué al valle de Lecrín hace 11 años había poquísimos extranjeros. Pero al poco tiempo se puso en marcha una operación especulativa, con publicidad masiva en la prensa londinense. Ahora hay una invasión que ya va cambiando el entorno y aumentando tanto la presión urbanística que, si Dios no lo remedia, acabará con la belleza de uno de los rincones más hermosos del Sur.

Los libros sobre Andalucía siguen teniendo éxito en el Reino Unido, otro síntoma de que la tierra de María Santísima representa poco menos que un paraíso para los británicos, cuya acrecentada presencia aquí puede servir, eso sí, como estímulo para el aprendizaje del inglés. Idioma que, si la Junta se sale con la suya, será dentro de una generación el segundo de los andaluces. Lo cual, como meta, no está nada mal.

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