_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Los otros

Agosto es lo más parecido que existe a una película de fantasmas o de ciencia-ficción, sobre todo si una decide no moverse de Madrid, ni de su vivienda habitual, ni de su vida normal. Pongamos que la protagonista de la cinta es una despistada que no ha caído en la cuenta de que ya estamos en agosto. Con lo primero que se encuentra al salir por la mañana de casa es con que el conserje del edificio en que vive ya no es el de siempre, sino otro que lleva puesta su ropa y que hace todo lo que haría el anterior y que saluda con su misma familiaridad. A continuación se dirige al quiosco de prensa y resulta que no reconoce al quiosquero ni tampoco a los habituales indigentes que se desperezan en los bancos de la calle.

Aunque extrañada, la protagonista, para no salir de sus costumbres, se sienta en una terraza a desayunar y a leer el periódico. Pero el periódico parece distinto. Otras firmas, o bien las mismas firmas trasladadas de sección, otro formato, otra tintada, otro olor, otro grosor incluso. Más inquieta que antes, comienza a mirar con recelo a su alrededor. En unas horas la vida ha dado un vuelco. ¿Se estará volviendo loca?

De regreso a casa se lleva un susto de muerte al tropezarse con una desconocida que le dice que es la sustituta de la asistenta. Enciende la radio, y, como se temía, se encuentra con otras voces haciendo su programa favorito. Llama para pedir explicaciones y le contestan que los colaboradores se han marchado de vacaciones y están siendo sustituidos por becarios. En televisión el panorama es parecido, unos programas en lugar de otros, unas caras en lugar de otras, unos contertulios en lugar de otros, distintos y a la vez idénticos a los anteriores. Es entonces cuando se le ocurre llamar a su madre por teléfono para contarle lo que está ocurriendo. Le contesta una voz desconocida. Usted no es mi madre, le dice. Y la otra le responde que su madre está de vacaciones y que ella es una becaria, dispuesta a escuchar sus preocupaciones y lamentaciones. ¿Y mi padre y mis hermanos y sobrinos? Cada uno está por su lado, dice la madre becaria, pero puedes contar con ellos como si estuvieran porque han dejado suplentes, el mundo no se puede quedar vacío, compréndelo.

Pero lo peor no es esto, lo peor llega cuando coge el bote de café del armario de la cocina y se da cuenta de que la marca no es la de siempre sino una sustituta. Y lo mismo ocurre con el libro que está leyendo. ¿También los libros se van de vacaciones? Se podría decir que el mundo sigue igual, pero con otros, lo que le hace sospechar de que bien pudiera tratarse de algo semejante a lo que ocurre en la película La invasión de los ultracuerpos y que las vacaciones no sean más que una tapadera para ser colonizados por seres de otros mundos.

Si se piensa bien, esta explicación es casi más razonable que creer en un complot universal para cambiar la faz del mundo de la protagonista de esta historia. Y, además, aclararía muchas cosas, como que, por ejemplo, no sea propiamente la Iglesia católica la que se oponga de esa forma tan loca a que los homosexuales se puedan casar como todo el mundo y que luego puedan arrepentirse como todo el mundo, o que arremeta contra el feminismo, sino el ultracuerpo invasor, o sea, la ultraiglesia. La protagonista, horrorizada, se imagina a los obispos surgiendo trabajosamente con sus capisayos de enormes vainas en la soledad y el anonimato de la noche. Y se asusta aún más cuando observa unas imágenes del peñón de Gibraltar en uno de los telediarios invasores y se da cuenta de que en realidad está viendo el ultracuerpo del Peñón, o sea, el ultrapeñón, celebrando a bombo y platillo, sin ningún disimulo ni sentido, la Invasión de los Ultracuerpos hace trescientos años.

La protagonista vigila de reojo a la asistenta que anda por allí haciendo que hace sus faenas, pero que en el fondo debe de estar intentando plantar una vaina que la colonice. Y piensa que lo más sensato es conducirse como si todo siguiera igual. Así que cuando entra por la puerta un hombre seguido de unos niños, que deben de ser su marido e hijos, finge que ella es su esposa y madre. Sin embargo, éstos se muestran fríos, desconcertados. Dicen que la encuentran rara, como si no fuera la de siempre, lo que la obliga a considerar que tal vez también ella haya sido invadida por las vacaciones y que en realidad esté tumbada en la cubierta de un yate tomando daiquiris, mientras en Madrid su sustituta se vuelve loca.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
SIGUE LEYENDO

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_