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FIESTAS DE LA BLANCA
Columna
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Fiesta canalla, y...

En Siberia-Gasteiz, a diferencia de, pongamos, Sanse, la Fiesta es prolongación de la noche y del fin de semana más insolente e ¿indómito?; producto y envés de nuestra civilización. Es el jolgorio más desaforado de los habitantes de ese territorio alternativo. Gente que vive otra vida, en general juvenil. (Una vez nos preguntaron a través de nuestro único contacto al otro lado de la frontera, Bernardo Atxaga, 37 galdera..., si éramos felices los que habitábamos de este lado. No.) Por eso gusta y disgusta. Digo La Blanca. Gusta a los habitantes de ese impreciso lugar canalla, mientras lo rehuyen un poquito los otros. Ocurre con los Sanfermines; aunque éstos son institución con sus encierros y el "Pobre de mí". Son otra cosa. Luego, quedan los blusas y sus amonas en territorio de nadie.

Hoy, es una evolución incruenta aunque salvaje de unas viejas fiestas de pueblo

La Blanca, no. La Blanca no se presta a festivales, conciertos clásicos o no, o ferias taurinas de tronío... (aunque de todo ello hay un poco). Hoy por hoy, es una evolución incruenta aunque salvaje de unas viejas fiestas de pueblo, felizmente fecundadas por la ocurrencia del Celedón. La Blanca es el territorio para los amigos del rumano "El Sobaco" que se alimenta a base de kalimotxos por obra y gracia del mocerío ("¿Podría ser otro, señor?"). O quizá lo fuera para "Txoria", criador de cerdos de San Antón, que nunca usó calzoncillos, calcetines o bufanda. O para "Txakurra", tasquero en una larga y estrecha taberna en La Correría, con cuadra de mulos al fondo, y que servía los dieces (vasos de vino) a ojo... y, si se pasaba en la cantidad, quitaba un sorbo, dando luego el vaso al cliente, que sabía de la justeza moral de aquel gesto. Y también, durante mucho tiempo, de Venancio del Val -de quien recojo noticias-, capaz de cantar Las Vísperas a sus noventa y tantos, y de arrancarse con una habanera en una sobremesa, que yo lo he visto; cronista local y albacea de la fiesta de aldea, defensor de la vieja moral comunitaria, y autor, con el anarquista y "abrillantador", Alfredo Donnay, del himno del Alavés. La Blanca no es una Fiesta cualquiera, es aún una fiesta canalla de seres pintorescos y muchedumbres juveniles.

Hay una fundada polémica a partir de aquí. Días, fechas. No se lleva, se dice, la fiesta a los barrios. ¡Madre mía!, diría cualquier persona razonable o bribona, tanto monta, de esos mismos barrios. ¡Con lo bien que está tener localizado el espacio festivo! Para huir de él o buscarlo. Lo que falta de suyo en una ciudad de más de doscientos mil habitantes, más bien clase media, es una quincena musical a lo Sanse-Donosti, o una feria taurina como la de Bilbao (los encierros de Pamplona son prohibitivos). El jazz, el teatro, el video, la música antigua o el órgano, están, por razones de calendario, fuera de las Fiestas. Natural.

Hoy la Fiesta no pasa de ser una fiesta canalla. Cualquier regidor municipal que se precie, deberá, ¡respetando esto!, hacer una fiesta, además para las clases medias. Hay dos puntos de arranque. "Medievalizar" el norte de la almendra (urbanismo, música, mercado) a partir de la Catedral; y prolongar la faceta creativa y plástica del Artium (certámenes, conciertos,...). Fiesta canalla y de clase media; rizando el rizo.

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