El humo tenía un precio
Lo preocupante no es que suban las temperaturas, sino la proporción de CO2 en la atmósfera", dice Luis Balairón, investigador del Instituto Español de Meteorología y experto en el Panel Internacional del Cambio Climático (IPCC). "Hemos pasado de una proporción de 280 partes por millón, muy estable durante los últimos mil años, a las 370 ppm actuales, y con unas proyecciones para los próximos años muy preocupantes". Y es que el incremento de la temperatura está directamente relacionado con la cantidad de gases de efecto invernadero (GEI) en la atmósfera.
Francisco Ayala-Carcedo, investigador del Instituto Geológico y Minero de España, reconoce paladinamente que "acostumbrado a la medida de los tiempos geológicos, yo era de los que no veía el cambio climático. Sin embargo, ahora se puede demostrar que, por ejemplo, en los últimos 30 años la temperatura media ha aumentado en España 1,53º C. Los días de nieve en Navacerrada han pasado de 130, en el año 1970, a 80 en 2000, un 40% menos, y, en ese mismo puerto, se han multiplicado por siete los días con máximas de más de 25º".
El plan presentado en Bruselas ha evitado que la Comisión abra un procedimiento de infracción contra España, tal y como ha hecho contra Grecia, Italia y Francia
Hay muchos datos que avalan el incremento de las temperaturas, desde floraciones tempranas, lo que puede poner en riesgo la polinización, al no coincidir la floración con el periodo de vida de los insectos polinizadores, al crecimiento altitudinal de la vegetación: "Árboles de la meseta, como las encinas, están empezando a trepar por las laderas y conviven o sustituyen a los robles", dice Ayala-Carcedo.
"Enseguida vamos a ver a los primeros refugiados ambientales", dice Heikki Willstedt, profesor en Ciencias Ambientales en la Universidad Autónoma de Madrid, y portavoz de WWF/Adena. "Los 80.000 habitantes del Tuvalu, unas islas del Pacífico, van a tener que emigrar pronto por la subida del mar, y ya han pedido asilo en Nueva Zelanda. Cada día vemos más refugiados por la inundaciones. Para salir de ésta hay que tener voluntad, visión a largo plazo y fomentar las energías renovables".
De éstos y otros varios miles de ejemplos en todo el mundo surgió la preocupación internacional que cristalizó en las discusiones en torno al Protocolo de Kioto. En esta ciudad japonesa se reunieron 180 países en 1997 para tratar de reducir sus emisiones de GEI. En unas muy duras negociaciones, se acordó que Japón debía reducir un 6%, EE UU un 7% y la UE un 8%. Sin embargo, sólo la UE se ha puesto a la tarea de hacerlo y ha hecho de la limitación de emisiones una norma de obligado cumplimiento.
Así, cada país de la UE debe haber elaborado un Plan Nacional de Asignación (PNA), es decir, un papel en el que se determine lo que cada sector puede emitir. Se trata, eso sí, sólo del 40% de las emisiones, porque el resto corresponde a los llamados sectores difusos, como el transporte, la pequeña industria y el consumo privado; por ejemplo, en calefacción. El PNA español, que establece el máximo de emisiones en 483,75 millones de toneladas de CO2 para el periodo 2005-2007, ha sido elaborado a toda prisa porque "cuando llegamos, encontramos que los deberes no estaban hechos", dice Francisco Cadalso, director de la Oficina del Cambio Climático, del Ministerio del Medio Ambiente. "Ni se había traspuesto la directiva ni había nada del PNA".
Satisfacción con el plan
El plan, presentado en Bruselas a finales de julio, ha evitado que la Comisión abra un procedimiento de infracción contra España, tal y como ha hecho contra Grecia, Italia y Francia. Fue presentado por los ministros de Industria y Medio Ambiente y ha sido recibido con general satisfacción por todos los implicados. Cristina Narbona ha conseguido que a la industria eléctrica le parezca bien, igual que a las otras industrias implicadas, a los sindicatos y a las organizaciones ecologistas. "Es que", explica la ministra, "hemos hecho un esfuerzo de equilibrio. La posición de las eléctricas eran tan distinta que poner el énfasis en cualquiera de las dos líneas argumentales lo hubiera hecho difícil para la otra. El resto de las industrias tenían posturas mucho más homogéneas".
Las eléctricas, que han actuado siempre en bloque (recientemente, el Tribunal de Defensa de la Competencia las ha multado por pactar precios), han roto en esto el statu quo. Iberdrola, que heredó un gran potencial hidroeléctrico (las famosas presas que inauguraba Franco en el No-Do) y nuclear (así produce buena parte de su energía), ha invertido también mucho en parques eólicos y centrales de ciclo combinado, así que pretendía una drástica reducción de emisiones. Para Pedro Barriuso, director de renovables de esta empresa, "tiene más sentido premiar a quien lo ha hecho mejor, en términos de renovables, que a quien emite muchos gases de efecto invernadero permitiendo que lo siga haciendo".
Pero Endesa, en el otro lado, ha heredado viejas centrales de carbón que, por otra parte, no puede cerrar así como así por el problema social de la minería. "Nos hemos quedado a mitad de camino", dice Narbona, "quizá un poco más cerca de Endesa, que pedían derechos de emisión de 96 millones de toneladas, que de Iberdrola, que pedía 76. Al final, la cifra será de 88 millones de toneladas anuales".
El PNA
Greenpeace explica la buena acogida del plan porque "hay que ver de dónde veníamos. En enero", dice su director para España, Juan López de Uralde, "lanzamos una campaña en defensa del Protocolo de Kioto, que estaba siendo cuestionado desde el Gobierno, Loyola de Palacio y las empresas. No había voluntad de frenar las emisiones ni de cumplir Kioto, y ahora hay un compromiso de estabilizar las emisiones. No es el PNA que nosotros hubiéramos hecho, nos parece moderado y excesivamente condescendiente, pero no podemos perder la perspectiva".
"Hemos tratado de ser realistas", dice Narbona. "Nos ha guiado el interés de un proceso que tiene que ser asumible y aceptable para todo el mundo los próximos tres años, y que será más intenso en el 2008. No sería bueno que las empresas se encontraran con un escenario incumplible. Ahora tenemos que reforzar las políticas de apoyo a las energías renovables, y para ello contamos con dinero que vamos a ahorrar del trasvase -vamos a llevar más agua con menos dinero, puntualiza- y alguna otra obra pública que no se hará. Distribuir bien los recursos es posible. Por ejemplo, este ministerio se gastó en una campaña de publicidad de desarrollo sostenible 28 millones de euros, y el Instituto para la Diversificación y Ahorro de Energía gastó, en todo el año, 22 millones en apoyo de la energía solar. La campaña era muy bonita, pero es absurdo".
Aunque Europa se apriete el cinturón de los humos, EE UU, que produce una cuarta parte de las emisiones, no parece dispuesto a hacerlo. "Las previsiones del IPCC para el futuro", dice Luis Balairón, "dependen de tres factores básicos, la demografía, la energía y el desarrollo. Combinados dan un total de 40 escenarios posibles, de los más catastróficos a los más conservadores, pero ninguno de ellos es bueno. El clima del siglo XXI dependerá de cómo sea la sociedad del siglo XXI, pero tenemos el deber moral de evitar un cambio de clima brusco, y eso refuerza la necesidad de un desarrollo sostenible".
Un paso en el buen camino
EL SECTOR DEL TRANSPORTE contribuye a la emisión de gases de efecto invernadero en una proporción del 17%, frente al 45% de la energía y el 18% de la construcción y la industria. Para tratar de limitar esas emisiones, están empezando a aparecer en el mercado coches con tecnologías menos contaminantes. El Prius, de Toyota, utiliza un motor híbrido de gasolina y electricidad que emite 104 gramos de CO2 por kilómetro recorrido, la mitad que una berlina convencional de su tipo.
"En 2000 había 750 millones de automóviles en el mundo, y en 2020 habrá 1.200 millones; si emiten el mismo CO2 que ahora, el impacto será muy grande", dice Alfonso Román, experto de Toyota. Para Juan López de Uralde, este tipo de motores "son un paso en la dirección correcta. En eficiencia energética en el transporte se puede mejorar espectacularmente. La ventaja es que, aunque en carretera sí emiten como los otros, en los atascos, donde se producen el 50% de las emisiones, estos coches híbridos no emiten CO2".
"Si nosotros en Greenpeace", dice López de Uralde, "pudimos presentar el Smily, un Renault que consumía la mitad que un coche convencional, es evidente que aún se puede hacer mucho". El Prius, del que ya circulan 150.000 unidades, es un coche tecnológico "que lleva unas 800 patentes", dice Román, "y cuyas piezas son reciclables al 90%, lo que también supone una apuesta importante por hacer coches sostenibles".
De momento, parece que este tipo de motores híbridos, que otras empresas productoras de coches ya han comprado, están más cerca que los autos solares o los que llevan otros motores novedosos, como los de hidrógeno, aún demasiado lejos del mercado. La industria del automóvil europea se ha impuesto a sí misma la necesidad de limitar las emisiones de los 190 gramos de CO2 por kilómetro de hoy a 140 antes del año 2009.
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