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Columna
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La foto

Está, ya la tenemos, tenemos la foto del presidente del Gobierno de España recibiendo cordialmente al lehendakari en La Moncloa, que no es poca cosa (con ikurriña y todo; ene Jesús). Era lo que buscaban ambas partes... Y no huele a azufre ni parece que ande suelto Lucifer. Se ha hecho mucha literatura sobre las maldades intrínsecas del nacionalismo. Que tenerlas, las tiene; no seré yo quien lo niegue. Pero en los últimos años, en paralelo con los desplantes de Aznar, se ha magnificado esa parte que apela a cierta "perversión esencial del Nacionalismo". Madre no hay más que una, eso lo puedo admitir y lo admito. Pero nacionalismos, desde el griego de 1820 contra los turcos al imperial de Disraeli (Imperio Británico), pasando por el provincial y autoritario del francés Maurice Barrès hay diferencias más que notables.

Pero volvamos a la foto y a su significado. No ha sido más que un gesto, desde luego. Pero de gestos está salpicada la historia. A España le tocó hacer la Transición en mal momento. Lo que la Europa occidental hizo en la posguerra de 1945, en una situación atroz y con un horizonte de estabilidad, España lo hizo rondando los ochenta, con una situación de bienestar relativamente buena, justo cuando el Muro estaba a punto de caer (1989), inaugurando tiempos de cambio sustancial en todo el mundo. Eso está condicionando muy notablemente la política constituyente española. Cuando aún no se estabiliza un estado de cosas con sus rutinas, sus desarrollos, sus correcciones naturales, irrumpe una nueva situación que hace perder el norte a más de uno. Si hubiera sido entre 1968 y la Revolución de los Claveles portuguesa, 1974, la parte problemática hubiera procedido del lado de la igualdad y la justicia social. Hoy, desde Vladivostok a Finisterre, ese protagonismo corresponde a los nacionalismos y los problemas de organización territorial. Máxime cuando la configuración de la UE introduce nuevos problemas.

La propuesta de un cambio sustantivo en la organización territorial española, que implica cambios constitucionales hacia un federalismo explícito, procede del PSC. Es la grieta por la que el melón se ha abierto. Aparte de consideraciones menores (importantes para una segunda fase), un estadista responsable debe afrontar ese reto. El PNV quiso romper el melón con la ponzoña de ETA y una propuesta disparatada. (Vean el plan Ibarretxe, "modificable hasta en su última coma", y me darán la razón.) Era excesiva.

¿Y la foto? Uno es resignadamente optimista. Desde luego, parece que hay una rectificación controlada por parte de la presidencia española (de la soberbia e intransigencia de Aznar al "talante" Zapatero): cambio del Senado, modificación en la nominación de las comunidades autónomas en la norma fundamental española, y encaje razonable de éstas en la Constitución de la UE. Un intento serio por adecuarse a los tiempos (sin concesiones a las buenas familias de Barcelona). Y por parte de Ibarretxe parece comenzar a asumirse que su Plan no pasará de ser un banderín de enganche para las próximas autonómicas sin que deba ser tomado muy en serio más allá de la propaganda. Lo hará votar en el Parlamento Vasco, lo perderá e insistirá en que nadie tiene nada alternativo que ofrecer. (Como si fuera de recibo, pongamos, una constitución española que invitara a los portugueses a integrarse en España, y que convirtiera las casas gallegas del mundo en sus propias embajadas. Eso es exactamente lo que, a nuestro nivel, propone Ibarretxe.) Atutxa, presidente de la cámara, será insustituible en este proceso. Pero, hasta ahí.

¿Significa algo eso de que "es posible un proyecto de Estado español en común si así lo decidimos las diferentes partes que lo componemos", siempre que se "respete lo que decidan los vascos y las vascas"? Desde luego, contiene muchos de los torpes tic nacionalistas. Cree que él mismo personifica a "vascos y vascas". Las "partes" significan los distintos nacionalismos, ni siquiera las naciones españolas; las personas no contamos. Se escamotea la soberanía española. Sin embargo, parece el primer paso de Ibarretxe hacia cierto pragmatismo que, a pesar de las apariencias, nunca antes ha conocido. ¿Podremos ser resignadamente optimistas? En todo caso, lo necesitamos.

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