Torobrumil
No habían dado una vuelta al ruedo los toritos de Pereda y correteaban con la lengua fuera. Los aficionados que nunca justificaron la presencia de la seleccionada ganadería se echaron las manos a la cabeza.
Uno de ellos, desde una de las gradas, solicító a los facultativos del ramo presentes en el coso se les administrara vía intramuscular bajo la fórmula de inyectable disparo unas dosis de torobrumil, o en su caso de torobranquial, con el fin de aliviar la fatiga de los animalitos. No le hicieron caso. Cómo se lo iban a hacer.
Artistas, apoderdante y demás responsables acordaron como primer punto no tullir la espalda de los oponentes eliminando así la suerte que detecta la bravura.
Pereda-Dehesilla / Castella, Cortés, Marín
Tres toros de José Luis Pereda y otros tres de la Dehesilla. Descastados, mansos, débiles y desiguales de presentación. 1º devuelto por inválido. Sobrero de José Luis Marca, noble y blando. Aplaudido. Sebastián Castella: estocada trasera, -aviso- descabello, -oreja-. Estocada trasera, dos orejas. Antón Cortés: estocada contraria, cuatro descabellos, silencio. Media atravesada, descabello, silencio. Serafín Marín: cuatro pinchazos, media estocada, descabello, silencio. Pinchazo, estocada, silencio. Sebastián Castella salió en hombros por la puerta grande. Plaza de toros de Santander, 26 de julio. 4ª de feria. Casi lleno.
Hace ya tiempo que en estas ferías amables la suerte de varas no se ejecuta realmente. Se realiza más que nada por cumplir el expediente y de paso no mandar a la fila del paro a tanto barrilarguero como hay suelto. Ayer no saltan al ruedo y se lo agradecen.
Como segundo punto se convino que los engaños viajaran a media altura. Para evitar derrumbes. A rajatabla lo hicieron los actuantes, con lo que el toreo tampoco existió. La invalidez de los anunciados como inigualables en los prospectos de mano dejaron a la fiesta de la emoción por excelencia en la UVI.
La afición maldecía la hora en que había decidido ir a la plaza, con lo bien que estaría dándole a la baraja. Bostezos y aburrimiento había en otros sectores. En cambio, los que aplauden a todo lo que se mueve se lo pasaron pipa. Las botas se pusieron a ovacionar. Cuando no hay ni toro, ni toreo ni toreros los aplaudirores se hacen los amos.
La primera ovación la recibió el primer torete por desplomarse en el primer capotazo que le largaron. Fue devuelto al corral. El bis que le correspondió a Sebastián Castella iba a ser el toro de la tarde. Artista donde los haya. De esos que hacen el avión por ambos pitones y no tiran ni un mal bocado, un torete para pegarle veinte pases, diez por cada pitón -no tenía más- y, acabas con el cuadro. Pases. Lo que se dice pases con enjundia torera y hondura no le pegó el diestro francés ni uno. Los trapazos rozaron la centena. Esto no fue óbice para que los aplaudidores por aclamación consiguieran la adjudicación de un apéndice. Su segundo, otro santo como el primero de embestida mortecina, le largó otro recital de pases a diestro y a siniestro que acabaron con las ya mermadas facultades de su oponente. Tras estocada trasera la peña tiró de almohadillas blancas, aclamando al torero. El señor presidente se subió al carro de la chirigota y largó dos orejas.
El presidente defensor de la fiesta marginó así a la afición, desprestigiando a la vez la feria y la historia de la plaza.
La cruz de la tarde recayó en Antón Cortés al que los aficionados esperaban con ilusión. Le tocó como primero un pregonao con casta de mulo. A contraestilo, que dicen los taurinos. Lo intentó en el otro, tropezando con la flojedad de su oponente. El tercero en discordia, Serafín Marín, cansado, abúlico y ausente, en sus dos intervenciones. Desilusionados quedaron sus seguidores.
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