_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Romero

Desde mi ventana la mata de romero, plantada hace ocho años, se ve este verano más verde y más lozana que nunca, mientras a su alrededor los acantos, ayer erguidos y desafiantes, ya desfallecen ante la brutal arremetida de la canícula. El romero, como se sabe, prolifera -o proliferaba- en las coplas andaluzas. Y ello con un doble simbolismo. Por un lado sus delicadas flores azules emblematizan -por azules y no otra razón- los celos, tradición que recoge Góngora en una de sus letrillas más conocidas: "Las flores del romero,/ niña Isabel,/ hoy son flores azules,/ mañana serán miel./ Celosa estás, la niña,/ celosa estás de aquel/ dichoso pues le buscas...". Por otro lado, la planta, representada sobre todo por el fuerte olor de sus hojas -Francisco Rodríguez Marín se expresa al respecto con rotundez- "es para el pueblo símbolo del olvido". Del olvido -o del intento de olvido- del que fue amor apasionado y, muchas veces, el inicial. El recopilador de los Cantos populares españoles lo demuestra con la aportación de tres coplas impresionantes: "Si quieres que yo te quiera/ sahúmate con romero, / que se te quite el olor/ de los amores primeros"; "Aunque bayas y te bañes/ en el agua der romero,/ no se te quita la mancha/ de los amores primeros"; "Un asiprés y un romero/ quieren desir, dueño mío,/ el asiprés, que te yoro,/ y er romero, que t'orbido". Esta atribución del olvido explica la presencia del romero en otra copla publicada por Rodríguez Marín y luego retomada por Lorca en su conferencia sobre el cante jondo: "Todas las mañanas voy/ a preguntarle al romero/ si el mal de amor tiene cura/ porque yo me estoy muriendo". Al formular tal pregunta al romero, la víctima sabe de antemano cuál será la respuesta: para el mal de amor la única cura es el olvido... o la muerte.

Sorprende descubrir que la palabra "romero" procede del latín ros marinus, "rocío del mar", hermosa si enigmática metáfora que, según el único diccionario etimológico que tengo a mano en este momento, procede "de una imaginada vinculación con la espuma salobre". O sea de una creencia según la cual la planta dependía de alguna manera de la proximidad de las olas. No todos los que opinan sobre tal derivación en Internet -donde hay numerosas páginas dedicadas al romero- están de acuerdo con esta procedencia, y algunos apuntan que la planta, si bien se cría cerca de las olas mediterráneas, tampoco es exclusiva, ni mucho menos, del litoral. Es decir, que acaso la palabra tenga otro origen, pese a lo que creían los autores romanos. Sea cual sea la verdad del asunto el nombre de la planta es tan sugestivo como larga la lista de sus reputadas virtudes medicinales y gastronómicas.

Parece ser, por lo que toca a los placeres de la mesa, que Rosmarinus officinalis gusta sobre todo a franceses e italianos, para quienes sería impensable no sazonar a veces su cordero con algunas ramitas frescas de esta hierba tan aromática. No le profesan tamaño afecto griegos y españoles, aunque me consta que, en las barbacoas andaluzas, las chuletas alcanzan su punto de perfección cuando, en el momento justo, un entendido echa un manojo sobre las brasas.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
SIGUE LEYENDO

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_