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Reportaje:TOUR 2004 | 19ª y penúltima etapa

"¿Qué clase de campeón quiere la gente?"

Armstrong, amenazado antes de l'Alpe d'Huez, minimiza a sus detractores

Xosé Hermida

Entraban los corredores como cohetes en la recta final de la contrarreloj de Besançon, y la gente los vitoreaba al tiempo que batía las manos contra las vallas que protegían la carretera. El público aclamaba sobre todo a los franceses, pero también a los españoles Mancebo, Sastre y Pereiro; a los alemanes Klöden y Ullrich, al italiano Basso. Hasta el australiano Mc Ewen, el velocista loco, el tipo odiado en buena parte del pelotón por sus marrullerías, se llevó su tibia salva de aplausos. Armstrong, el cohete más poderoso de todos, tuvo que conformarse con los jaleos de sus compatriotas y de las autoridades, la indiferencia de muchos y los silbidos de algunos. "¿Qué clase de campeón quiere la gente?", se pregunta el estadounidense.

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"En París nos tomaremos unas cuantas cervezas", anunció un sonriente George Hincapie, el íntimo amigo de Armstrong, nada más cruzar la meta. En la fiesta de hoy, los corredores del US Postal celebrarán la conquista de su sexto Tour y también que hayan concluido la carrera sin daños a su seguridad personal, como resaltó el propio Armstrong. Porque, aparte de los abucheos y silbidos, ha habido algo más.

El director general del Tour, Jean Marie Leblanc, reveló ayer que en vísperas de la etapa contrarreloj en l'Alpe d'Huez, el pasado miércoles, la organización recibió amenazas contra el líder del Tour. Leblanc explicó que el corredor tejano fue informado al momento y que se tomaron medidas especiales para ese día. Un miembro del cuerpo de seguridad siguió al ciclista en una moto y otro acompañó a su director, Johan Bruyneel, en el coche del equipo.

Ya desde semanas antes del Tour, los responsables del US Postal prepararon cuidadosamente la seguridad de su líder. "Celebramos una reunión y se nos dijo que deberíamos llevar siempre a Lance en el centro del pelotón para alejarlo del público", explicó uno de sus fieles gregarios, el asturiano Chechu Rubiera. Fuera de la carretera, la escolta de Arsmtrong fue su inseparable y jovial guardaespaldas filipino. También se eligieron los hoteles cuidadosamente. En vísperas de la contrarreloj de Besançon, el equipo se concentró en un hermoso chateau, distante de la ciudad unos 50 kilómetros de laberínticas carreteras rurales. Entre un paisaje de campos de maíz y del amarillo contorsionado de los girasoles, la guardia azul de Armstrong reposaba lejos de la curiosidad de los periodistas y de los aficionados y de las tentaciones delirantes de los fanáticos. Sólo se permitía a los clientes permanecer en el hotel. Y había órdenes estrictas de no pasar llamadas a las habitaciones.

"¿Qué clase de campeón quieren? ¿No les gusta acaso un campeón que se esfuerza y trabaja duro?", se lamentó Armstrong en la conferencia de prensa que le sirvió para hacer balance del Tour. Pero en un momento feliz como el de ayer, tampoco quiso cargar las tintas: "Aunque es verdad que la gente me ha molestado en muchos momentos, lo cierto es que era una minoría. No soy el primero al que le ocurre. Le sucedió a otros grandes campeones como Anquetil, al que también abucheaban. Aquí parece que siempre ha sido más popular el segundo que el primero".

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Sobre la firma

Xosé Hermida
Es corresponsal parlamentario de EL PAÍS. Anteriormente ejerció como redactor jefe de España y delegado en Brasil y Galicia. Ha pasado también por las secciones de Deportes, Reportajes y El País Semanal. Sus primeros trabajos fueron en el diario El Correo Gallego y en la emisora Radio Galega.

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