¿Puede haber belleza en el fracaso?
El fracaso tiene mala prensa. Pero, ¿puede haber belleza en el fracaso? La Fundació Miró exhibe una muestra sobre utopías personales, artísticas, políticas y sociales que han desembocado en proyectos fracasados y que, a pesar de todo, contienen dosis de lirismo. Lo más llamativo es que se trata de proyectos vitales que no tienen relación entre sí: hay anarquistas, hay recuerdos de comunas que defendieron el amor libre y la promiscuidad, hay un ermitaño, hay artistas plásticos tan reconocidos como Kandinsky, Mondrian, Duchamp y el diseño de un cuerpo nuevo de Artaud. Una caótica y provocadora instalación de Thomas Hirschhorn sobre la moda y la guerra, al lado de la grabación en vídeo de los minutos previos al anuncio del inicio de la guera de Irak, donde podemos recrearnos en el semblante ridículo y la pantomima de un George W. Bush inseguro e indeciso, preocupado sobre todo por su apariencia física.
Y lo más sorprendente de esta exposición (La bellesa del fracàs/El fracàs de la bellesa): ver a Justo Gallego en su trabajo cotidiano de construir, en solitario, una catedral de 1.000 metros cuadrados en las proximidades de Madrid. Este ermitaño lleva 40 años erigiendo su monumento a Dios, entre la admiración de unos vecinos, el escepticismo de otros y la indiferencia de la mayoría. El esqueleto de la catedral de don Justo se mantiene en pie, desafiando toda lógica y los cánones estéticos al uso.
En cierto modo, esta exposición es también fiel reflejo de una doble moral; la que pone y expone dentro los éxitos y expulsa a los fracasos lejos del paraíso. La que expone imágenes plásticas sugerentes y brillantes de los fracasos ajenos y dialoga sobre la pobreza del Tercer Mundo, pero se resiste a mostrar nuestros propios fracasos, los que tenemos más cerca.
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