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Reportaje:LOS PARQUES DE MADRID | El parque del Oeste

Faraones, besos y teleférico

Este recinto es lugar de encuentro para buena parte de los ecuatorianos de la capital

Hablar del parque del Oeste es hacerlo del primer parque público creado en Madrid, en 1905, es hablar de historia, de naturaleza en pleno corazón de la ciudad y de lugar de encuentro. Con sus casi 98 hectáreas de terreno, es uno de los espacios verdes más extensos de Madrid, después de la Casa de Campo, el parque del Campo de las Naciones y el Retiro. Su ubicación, en la cornisa oeste de la ciudad, entre el barrio de Argüelles y la línea férrea de la estación de Príncipe Pío, lo configuran como el favorito por los jóvenes para retozar en la hierba, por aficionados al senderismo y, por supuesto, por los vecinos de la zona.

"Todavía recuerdo la multa de cinco pesetas que me pusieron por darme un beso con mi novio, después de esperar toda la noche para que anocheciera", recuerda Toñi Fernández, de 73 años. El parque del Oeste ha sido el protagonista de su vida. En él pelaba la pava con su novio, hoy esposo desde hace 50 años; sus hijas dieron los primeros pasos y se hicieron sus primeros rasguños. Ahora ni la policía está tan presente ni es seguro pasear por la noche, asegura Toñi. "Ya no vemos ni al guarda, que, quieras que no, siempre causaba respeto".

Juana disfruta cada día del "olor a mantillo a primera hora, las petunias, los pensamientos..."

Las parejas, sin embargo, no dudan en buscar un rincón en la vereda de la senda del riachuelo artificial, que discurre en la parte norte, de este a oeste; o en las praderas inclinadas, o en los aledaños de Moncloa -mucho más transitado que el resto del parque- para disfrutar de la naturaleza. Los mirones -hombres de mediana edad, sobre todo- también se sienten a gusto en el parque. Los desniveles del terreno les facilitan sus inquietudes investigadoras.

Quien se acerca al parque del Oeste -que surgió a partir de los desmontes que se extendían a continuación del paseo del Pintor Rosales- sabe que por su orografía es el lugar ideal para hacer senderismo, correr y vivir con plenitud entre árboles, pájaros y aire fresco. "Scully, ven aquí", resuena en la zona de los bunkers de la guerra civil. Es una señora que llama a su perro para regresar a casa. Antes ha estado jugando con su mascota, al tiempo que departía animadamente con varios propietarios de canes. "Si es que aquí están a sus anchas", asegura César, dueño de un caniche.

Juana Gómez, una señora madura que prefiere no decir su edad, vecina de Moncloa, se entrena a diario alrededor de la zona norte para enfrentarse dentro de dos semanas al Camino de Santiago. "No hay un sitio mejor para ponerse en forma", recomienda la mujer, una enamorada del parque. Para ella, aquí se vive la plenitud de la naturaleza en primavera. "El olor a mantillo a primeras horas de la mañana; las petunias, los pensamientos...", enumera Juana, que se confiesa una "pequeña ladrona de magnolias", sus flores favoritas.

Pero los que no perdonan un día festivo o el fin de semana para acudir al parque del Oeste son muchos de los ecuatorianos que viven en Madrid, y que representan el 25% de los inmigrantes asentados en la capital. La cita es en la parte del parque donde confluyen las calles Moret con Rosales. Ese punto se convierte en un pequeño Quito. La música y la comida típica del país americano son los protagonistas: "Venimos aquí, tomamos [bebemos] y charlamos con los amigos", cuenta Narcisa González, una ecuatoriana que ofrece "manjares" que lleva en una bolsa térmica.

"Al día siguiente da asco pasar por allí", asegura Pepita Abad, de 70 años, una asidua del parque, que se queja de las basuras que, cuando pasa el fin de semana, se acumulan en la zona de reunión de los ecuatorianos. "Nosotros procuramos dejarlo todo limpio, pero no hay papeleras suficientes", trata de justificar un joven con una botella de cerveza en la mano.

Uno de los enclaves más característicos del parque es la fuente de la Salud. A diario cientos de personas se acercan a coger agua en botellas, y hasta en garrafas. Comentan que tiene propiedades curativas, y que es muy buena para el riñón. "¿Se puede beber?", pregunta un turista a una pareja: "Claro, y te pondrás más guapa y más sana", explica Teresa, a la que una amiga le habló de esta fuente de la que brota un agua "más dura, pero más fresquita que la del grifo".

El parque guarda también un espacio para la historia. La sombra de los faraones egipcios sobrevuela este espacio verde, que desde 1972 alberga el Templo de Debod, uno de los pocos testimonios arquitectónicos egipcios que pueden verse completos fuera de su país. Hasta allí, en las inmediaciones de Pintor Rosales, acuden más de 400 personas los días de poca afluencia, pero en verano y en jornadas festivas pueden pasar por sus instalaciones hasta 900 visitantes en un espacio de apenas cuatro horas.

El teleférico del Pintor Rosales, en cuyos alrededores hace años se concentraba la prostitución de la zona -ahora mucho menos habitual-, es el punto al que no dejan de acudir los turistas que visitan el parque. Las familias enteras se acercan los días festivos para subir hasta la Casa de Campo, pasar el día y volver cuando cae la tarde.

El teleférico, que alcanza una altura de 40 metros, ofrece una visión aérea del parque, de su Rosaleda -donde se celebra cada año el concurso internacional Villa de Madrid de nuevas variedades de rosas-, de la ermita de San Antonio de la Florida, del edificio del Ministerio del Aire, del Templo de Debod y del pirulí de Torrespaña, además del palacio de Oriente y de la catedral de la Almudena o la iglesia de San Francisco el Grande. Muchas vistas y escondites en un espacio tan amplio.

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