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Columna
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El galán

Miquel Alberola

A principios de los años noventa, el actor y director de cine Fernando Fernán Gómez fue requerido por el periodista Jesús Hermida en una tertulia televisiva para que recibiese su impresión personal sobre el nuevo y ya imparable líder de la derecha española, José María Aznar. En ese momento, se estaban levantando las tapas de algunas de las alcantarillas más fétidas del Estado y el hedor que emanaba de ellas apuntaba un cambio de tercio en el que Aznar estaba llamado a ser el principal protagonista. Primero Fernán Gómez se hizo el bobo, que suele ser el primero de los tipos listos. Aunque su trayectoria cinematográfica estaba salpicada con el ácido de la censura y había transcurrido en gran parte bajo el aplastante discurso de la dictadura, el actor se desacreditó como analista político y advirtió de que no sabía gran cosa del asunto. Sin embargo, reclamó esa solvencia en el ámbito del cine y de la interpretación, y bajo esos parámetros aceptó el reto que se le había planteado. Más de diez años después, en cuyo transcurso Aznar alcanzó la cima del poder y fue apeado de ese pedestal con idéntico entusiasmo electoral, las palabras de Fernán Gómez, no teniendo que ver con la política, me parecen el más certero análisis político hecho sobre la gestión de Aznar al frente del Gobierno. Vino a decir que cuando se reía parecía que estuviera tonto y que cuando se ponía serio tenía una mirada que daba miedo, dos razones por las que él, aseguró, no le daría nunca el papel principal en ninguna película. El tiempo y los acontecimientos han demostrado que las prevenciones de Fernán Gómez estaban saturadas de fundamento. Aznar se ha movido entre esas dos expresiones nefastas. No debió ser el actor principal por sus sobreactuaciones endiosadas con los pies sobre la mesa del G-7, investido de pingüino imperial en la boda de su hija en el Escorial o encayando a España en el arrecife mortífero de las Azores. Y la prueba es que, como se acaba de saber, incluso ha tratado de comprar el oscar del Congreso de los Estados Unidos con cerca de dos millones de euros de la caja común, destinados en parte a promover su imagen de galán principal en todas las pantallas del mundo. Incluso ha terminado creyendo que él era el cine.

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Sobre la firma

Miquel Alberola
Forma parte de la redacción de EL PAÍS desde 1995, en la que, entre otros cometidos, ha sido corresponsal en el Congreso de los Diputados, el Senado y la Casa del Rey en los años de congestión institucional y moción de censura. Fue delegado del periódico en la Comunidad Valenciana y, antes, subdirector del semanario El Temps.

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