La mitad en un cuarto
Este libro admirable no cuenta sólo la historia de Nueva York. Se trata de nuestro mundo. Tebas, la de las siete puertas, y de quién la construyó. Este libro narra los sufrimientos que "la otra mitad" ha pagado por nuestro mundo. Nadie nace ni muere igual. Las tremendas respuestas suelen estar en los grandes reportajes. El de Jacob Riis, publicado por vez primera en 1890 (How the other half lives), es un reportaje mítico. Cumplió, y de un modo que tal vez no tenga precedentes, lo que se espera de un reportaje: que describiendo el mundo lo cambie. La reforma y humanización de Nueva York de principios del siglo XX (concretada en la ley de 1901 que establecía las condiciones mínimas de habitabilidad) tuvo en el libro de Riis una de sus principales inspiraciones. Pero ya digo que el libro va mucho más allá de Nueva York.
CÓMO VIVE LA OTRA MITAD
Jacob Augustus Riis
Traducción de Isabel Núñez
Alba. Barcelona, 2004
367 páginas. 25,80 euros
La revolución industrial cambió por completo y para siempre el carácter de las ciudades desarrolladas. El principal cambio fue el demográfico. Londres pasó de tener 800.000 vecinos en 1800 a más de seis millones y medio en 1900. París, de 500.000 a tres millones. En Manhattan, antes de la guerra de 1812, vivían cien mil personas y setenta años después, más de millón y medio. Esas inmigraciones tan desproporcionadas se hicieron a costa del hacinamiento. El hacinamiento es el tema de este libro. El otro, concebido como un ocupante.
Riis conocía el mundo. Cuando no por su experiencia directa por el rastreo obstinado de archivos y estadísticas. "Periodismo de precisión" lo llaman hoy, época pleonásmica. Riis sabía que la situación de la otra mitad de Nueva York era peor que en cualquier otra parte. "En el East Side, que sigue siendo el distrito más densamente poblado del mundo, incluido la China, la proporción era de 290.00 habitantes por 2,5 kilómetros cuadrados, una situación sin parangón. La codicia extrema de otros países y otros tiempos nunca había logrado apiñar más de la mitad de ese número en un mismo espacio. La mayor densidad del Viejo Londres no alcanzaba más de 175.816 habitantes".
El paisaje fundamental del informe es la casa de vecindad. Al principio fue el hogar espacioso y amable de los knickerbockers, que es como llamaban a los descendientes de los primeros colonos holandeses, es decir, a los neoyorquinos de pura cepa. Luego, fruto de las primeras oleadas inmigratorias y del traslado de los aristócratas a otros lugares, "las amplias habitaciones se subdividieron en varias más pequeñas, desdeñando las necesidades de luz y ventilación". El paso siguiente fue la ocupación de la parte posterior de las casas: "Allí donde el imperturbable holandés tenía el huerto para cultivar sus tulipanes o las primeras coles del año, se construyó una casa, generalmente de madera, y que al principio solía tener dos plantas. Más tarde se le añadió otro piso, y luego otro. Donde antes vivían dos familias, se instalaron diez". Aún faltaba un escalón: la conversión de las casas y bloques en barracones. El ejemplo es el famoso edificio de Gotham Court donde una epidemia de cólera provocó un índice de muerte de 105 por mil habitantes.
Éste es el inframundo del que se ocupa Riis, en veinticinco capítulos que describen por zonas, por comunidades y por temas la dudosa vida de los pobres. Su punto de vista es el de un higienista clásico, que exhibe incluso sus prejuicios (fuente de sus escasos errores de perspectiva), y baste para ello examinar el capítulo dedicado a Chinatown. Su escritura es clara y austera. Riis escribe siempre desde el lugar de Dios, evitando cualquier encarnación narrativa, más o menos emocional. A pesar de ello su vida y su larga experiencia de reportero de sucesos se advierte en algunas ráfagas. Como esa noche helada de noviembre en que sigue a un niño descalzo hasta una taberna de Mulberry Streety, y ve cómo el niño entra y pide cerveza, y Riis se alza y prohibe que le sirvan. Hasta que el tabernero le amenaza y le advierte que mejor se largue mientras llena impertérrito la jarra del niño. Yo querría saber qué pasó entonces, pero Riis tiene demasiado trabajo para seguir en Mulberry.
Riis trabajó con la pluma y con la cámara. La invención del flash, entonces muy reciente, le permitió acceder en buenas condiciones a los interiores del subsuelo. Sus fotos son de una gran calidad y están perfectamente reproducidas en esta edición tan noble y pulcra, con una traducción tan excelente, que ha hecho la editorial Alba. Pero las fotos resisten el paso del tiempo peor que las palabras. Al cabo de los años, de la miseria y la ruindad sobresale lo pintoresco. Es raro. Riis se dedicó a la fotografía porque creía que las palabras no convencían suficientemente. Puede que estuviera en lo cierto. Pero quizá los deslumbramientos se lleven mal con el tiempo. Quizá dure más una palabra que mil imágenes.
Ya he dicho que Cómo vive la otra mitad no es sólo un libro excepcional de la historia de Nueva York. Respecto al periodismo tampoco se trata sólo de uno de sus libros canónicos. Aún es más. Es un programa incumplido.
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