La letra, con teatro entra

Vivimos tiempos de turismo virtual: el experto cicerone ha sido sustituido por una audioguía que parla con la misma emoción que un surtidor de gasolina; los planos y folletos de probada utilidad, por un disco compacto que nadie puede usar in situ, como no sea para abanicarse; y, al arribar a una estación o un aeropuerto, en lugar de un informador sonriente nos recibe una pantalla táctil con esta heladora salva: "Seleccione un idioma, saltar intro, ayuda..."

De ahí que se agradezca infinito la idea que ha tenido la Concejalía de Turismo de Alcalá: una visita guiada que depara, entre otras sorpresas, la de hallar a un Sancho de panza y hueso emulando los rebuznos de su rucio junto a la casa natal de Cervantes, o al buscón don Pablos contando cómo lo bautizaron a escupitajos los alumnos veteranos, cual quizá le sucedió a Quevedo el día que pisó el Colegio del Rey.

La visita depara, entre otras sorpresas, a un Sancho de panza y hueso en la casa de Cervantes

Y es que hasta un roznido o un salivajo, soltados con arte, dicen más de una ciudad que una voz enlatada. Todos los viernes y sábados del verano, a las siete y media de la tarde, cuando el sol se encama en las espadañas cigüeñeras y los monumentos echan la tranca, salen de sus tumbas de mármol y papel personajes que nacieron, estudiaron o dejaron huella en la ciudad del Henares.

Desde el rústico escudero de don Quijote hasta el refinado Jovellanos, todos resucitan encarnados por actores de la compañía Cervantalia. Así comienza el milagro -que lo es verdaderamente, en los tiempos que corren- de la visita teatralizada.

A esa hora, un pícaro estudiante del siglo XVII, portando en alto un farol, guía a los visitantes desde la plaza de Cervantes hasta la de Palacio, donde se rinde homenaje a Juan Ruiz ("uno que es de Alcalá", según él mismo escribió) escenificando un pasaje del Libro de buen amor. Como telón de fondo, nada menos que el palacio Arzobispal, cuya fachada renacentista, trazada por Covarrubias en el siglo XVI, al reflejar el penúltimo sol, baña la plaza con una luz dorada, sedosa, espectral, muy a propósito para declamar.

El mundanal arcipreste pasa el testigo de la ruta a la mística Santa Teresa, quien en la calle de la Imagen, ante el convento de Carmelitas Descalzas que ayudó a fundar en 1563, recita su paradójico Vivo sin vivir en mí. A dos pasos de aquí, en el número 5, está la casa de Azaña y, haciendo esquina con la Mayor, la de Cervantes. Muy cerca también, el Hospital de Antezana, donde hoy vuelve a oírse, en el silencio crepuscular del patio castellano, la voz del enfermero Ignacio de Loyola repasando sus Ejercicios espirituales.

Por la calle Mayor, y luego por la de Libreros, la ruta prosigue en busca del Colegio del Rey -el de Quevedo-, la iglesia de Santa María -que en 1785 vio doctorarse a una mujer, la primera en Alcalá- y el Colegio de Jesuitas, donde estudió Calderón y donde hasta los chaveas que patinan en su rampa de granito se quedan suspensos al ver a dos actrices barbudas representar una escena de El alcalde de Zalamea, fascinados por el mismo truco -féminas disfrazadas de hombres- que embelesaba al público del Siglo de Oro.

Ante el Colegio Mayor de San Ildefonso se recuerdan dos obras de sendos antiguos alumnos: la Sátira primera, de Jovellanos, y el Guzmán de Alfarache, de Mateo Alemán, que ganan mucho con la decoración de la fachada plateresca, hija galana de Gil de Hontañón. Y desde allí, por último, los visitantes son sendereados hasta el antiquísimo Corral de Comedias (1601), donde tienen el insólito honor, pues sólo funciona como teatro dos días al año, de asistir a la graciosa plática que pasó entre Sancho Panza y su mujer Teresa. Tras estos entremeses, se puede gozar de una cena pantagruélica en los mejores restaurantes de la ciudad, los cuales han preparado para la ocasión un menú literario. Y, de postre, un dulce sueño en alguno de los nueve hoteles que se ofrecen, por lo mismo, más baratos. Esto de Alcalá es turismo de verdad, y lo demás, puro teatro.