_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Alta política

Una muestra más del divorcio que existe entre los partidos políticos y los ciudadanos es la diferente valoración que unos y otros hacen de los conflictos internos. A los políticos les aterran y a los espectadores nos encantan. ¡Cuánto agradecemos la aparición de esos gallitos que en cuanto les tocan los poderes -no antes- se atreven a decir por fin que el rey está desnudo! ¡Cómo nos gustan las luchas intestinas, aunque tengan ese nombre tan repugnante! En la política, como en el fútbol, los aficionados queremos espectáculo. Y que no nos echen la culpa de eso. Han sido los propios partidos políticos, jaleados por los medios de comunicación, quienes han convertido la noble ocupación de la política en una mera competición deportiva. El vocabulario de los periódicos deportivos cada vez se parece más al que se usa en las páginas de nacional. O viceversa.

Por eso los aficionados asistimos con regocijo y agradecimiento al espectáculo que nos está brindando por una parte el PSOE en Sevilla y por otra el PP en Almería. Nos encanta que los partidos se desgajen en dos mitades, como titulaba ayer Lourdes Lucio en este periódico. Y no por diversión sádica, sino por amor al conocimiento; porque en estos episodios ciertos políticos profesionales no tienen más remedio que quitarse la caretita sonriente con que nos han estado mirando desde los carteles electorales y luchar por lo que verdaderamente les interesa. Y entonces les vemos sus verdaderas fauces, sus rostros deformados por la ambición, sus gestos desencajados ante la posibilidad de perder poder. Así que conviene verles de vez en cuando el colmillo retorcido para no olvidar su condición. Si no fuera por estas estampas tan aleccionadoras, alguien podría creer que ciertos sujetos que han hecho de la militancia una cuestión de trienios están en la política por un sincero afán de servicio público.

Qué revelador resulta por ejemplo ver a Chaves, el manso, convertido en Zeus y fulminando con un rayo al delegado de la Junta que toleró (sí, he dicho bien: toleró) críticas a su sagrada gestión. Hasta ahí podíamos llegar. Claro que sólo por el lema que los críticos a Chaves han elegido para su congreso ("Por Sevilla, fuerza y honor") merecían ser no ya expulsados del partido, sino frotados hasta la extenuación con champú anticaspa.

Lo del PP de Almería supera cualquier ficción. Aquí el partido está dividido en encisos y comendadores. Los partidarios de Comendador intentaron hacerles la cama a los seguidores de Juan Enciso; pero éstos han contestado contundentemente, despidiendo nada menos que a la mujer de Comendador, que había sido jefa de Gabinete con su marido mientras éste fue presidente de la Diputación y que hasta el día de ayer trabajaba como "asesora de Presidencia para Asuntos de Promoción Provincial" (qué curro tan guay). Pero no todo es cutre en las luchas intestinas de los partidos. También hay espacio para la nobleza. Rafael Hernando, diputado del PP en la provincia Almería y rey del bizcocho borracho en la de Guadalajara, salió ayer a la palestra para dar la cara... por la mujer de su coleguita. Lo dicho: alta política.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
SIGUE LEYENDO

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_