Nana
Hace casi dos meses vino al mundo Adrián Bergamín López, que está siendo visitado estos días por numerosas gentes de la farándula y la intelectualidad. Adrián, aunque analfabeto por el momento (a esa edad cualquier ternerillo retoza a su bola por el prado y mata moscas con el rabo), es tataranieto de Carlos Arniches y bisnieto de José Bergamín: una fusión de la mística, el teatro, el humor, la tauromaquia, el flamenco, Madrid y la libertad. Menudo retablo.
La criatura llega cargada de responsabilidades. Su primer apellido debería ser López, pero le han puesto el materno por ser el único varón descendiente del autor de La música callada del toreo. Es hijo de la actriz y escritora Beatriz Bergamín y del periodista Javier López Reboredo. El niño, algo asilvestrado, salió muy mamón: se lanza con furia sobre las glándulas mamarias y aspira con fruición. Se ha percatado intuitivamente de por dónde van los tiros y exige que se le respeten sus arrebatos. ¿Quién ha dicho que la juventud va mal? ¿Quién ha dicho que ya no hay rebeldes?
Mira, chavalín, duérmete, porque si no llamamos a Bush, ese señor que se come a los niños que duermen poco. Pregúntale a tu madre, ya verás cómo te lo explica. Si quieres te canto una zarzuela o te interpreto un sainete. Y si eres bueno, mañana nos montamos tú y yo en el caballo de Espartero que hay frente a tu casa y vamos a por ellos, que son pocos y cobardes. Y te llevo a ver El santo de la Isidra, de tu tatarabuelo (que aunque era de Alicante, se inventó el habla madrileña). Y te llevo a escuchar a Enrique Morente cantando poemas de tu bisabuelo. Sueña con los angelitos, hombre, y luego me cuentas lo que te han dicho de nosotros. Ea, ea, ea, Adrián no tiene ni idea.
-Gú, gú.
-Me caes bien. Te voy a decir un secreto, para que te enteres y no pierdas el tiempo: la experiencia es un peine que te regalan cuando ya estás calvo.
-Gú, gú.
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