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Crítica:ROCK | Charly García
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

En santa complicidad

Diego A. Manrique

En la revista británica Uncut, junio de 2004, Andrew Loog Oldham, representante y productor de los primeros Rolling Stones, suelta los nombres de Leonard Cohen, Ennio Morricone, John Lennon y -atención- Charly García. El argentino es prácticamente tan desconocido en el Reino Unido como en España. Bueno, aquí se ha publicado media docena de títulos de su inmensa discografía, pero su nombre no pasa de evocar una confusa leyenda de excesos, apenas justificada por versiones de Miguel Ríos o Tequila, aparte de las loas de Andrés Calamaro y otros porteños nacionalizados. Sin embargo, Charly lo intenta: presenta su mejor perfil en España. Acepta mansamente el Premio Latino -aberrante para un anglófilo como él- de la SGAE y ha emprendido su primera gira española con un repertorio que se parece mucho a un posible best of de su densa carrera. Así que suenan temas de rompedores grupos que animó -como La Máquina de Hacer Pájaros, Sui Géneris o Seru Giran-, junto a piezas inmortales como Nos siguen pegando abajo. Pero si alguien soñó con un crossover, el 98% del público madrileño de Charly tiene pasaporte argentino o está relacionado emocionalmente con ese país.

Charly García y banda

Veranos de la Villa 2004, Patio del Cuartel del Conde Duque, Madrid, 16 de julio.

Seguir la preocupante deriva de Charly es una morbosa pasión argentina, no muy lejana de la obsesión por Maradona: cuando llega al Conde Duque en una limusina blanca, le caen cámaras y micrófonos blanquiazules. Desdichadamente, algún dios está enfadado: en la segunda canción, el cielo se rompe en gruesos goterones y se impone la desbandada. Aun así, unos espectadores guapos disfrutan de un concierto espléndido, considerando las circunstancias. Un sexteto, integrado por tres rockeros chilenos y tres instrumentistas de cuerdas argentinos, arropa a un Charly con teclados, disminuido en garganta, pero chispeante.

Pudo resolverse como un concierto triunfal, pero estamos hablando de Charly García, para quien esos planteamientos utilitaristas no tienen sentido. Los empapados vasallos tienen que insistir muchísimo para que entregue una, dos tandas de bises, desvaneciéndose el impulso del deleite. Hace años que un evento veraniego del Conde Duque no empieza antes de la hora prevista y no acaba antes de que el reloj dé las doce. Charly García y sus peculiaridades: dedica más tiempo en atender a fans y periodistas que al recital. Tras engullir una milanesa con puré de patatas, parte en busca de un club donde pueda tocar y cantar hasta que amanezca. Gloria divina.

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