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Columna
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Benedetti

El amor es el argumento que suele marcar la plenitud o la tragedia de las personas normales. Una persona normal es tan rara como cualquier otra, pero no va vestida de héroe, ni de iluminado, ni de faro de multitudes, sino de ciudadano que sale del trabajo, y cruza un paso de cebra, y toma un autobús, y abre la puerta de su casa para encontrar el amor o el desamor. La rutina tiembla como un cable de acero, compuesto con días laborables y fines de semana, sobre el que hacen sus acrobacias la soledad, las malas compañías, el buen amor y las exaltaciones. Mario Benedetti escribe poemas de amor para conocer la fibra peculiar de los seres normales, el puente que une la obsesión solitaria de una duermevela y la canción compartida por una pareja de baile o por una multitud en una noche de verbena. Escribió también su novela La tregua (1960) para hablar de alguien tan normal y tan gris que llegaba a poner cara de funcionario mientras hacía el amor. Pero detrás de los libros de cuentas y de los insomnios palpitaba un balance moral, una meditación callada sobre el bien y el mal, aquellas preocupaciones que convierten a la dignidad en un patrimonio de las gentes normales. Cuando la historia se mezcla con la rutina y las naciones sufren la angustiosa burocracia de la crueldad, son necesarios los actos de valentía y hasta las heroicidades. Entonces los héroes no son personajes de cartón, sino personas normales de carne y hueso que deciden ser leales a su conciencia. Benedetti escribió Primavera con una esquina rota (1982) para pensar en las necesidades cotidianas de la gente heroica, atrapada por una corriente de vida que no puede paralizarse, ni siquiera en manos de los mejores y más justos taxidermistas de la historia. Pasa la vida a través de las dictaduras y de los exilios, y los héroes son dueños de su conciencia, están hechos de buena madera, pero no pueden negar las marcas que dejan el amor, las nostalgias y la imperiosa exigencia de sobrevivir.

Los poemas de Mario Benedetti no se quedan nunca dormidos, son una agitación de humor, música, ideas y sentimientos que abren sus ojos para ver cómo las locuras públicas afectan a la gente normal y las rutinas privadas se convierten en una consigna política. Son actos de lealtad a sílabas contadas. Su último libro, Existir todavía (Visor, 2004), recoge 83 poemas, uno por año de vida. A sus asuntos más característicos, se une ahora la preocupación por un planeta que trabaja con disciplina burocrática por la autodestrucción. Lo peor no es que las víctimas de siempre estén amenazadas, sino que los verdugos también pisan una baldosa falsa y que parecen no darse cuenta de los saldos globales de su barbarie. El poeta anciano asume la muerte, pero le cuesta mucho aceptar la desaparición de la vida en la Tierra. Su voz singular dialoga con el futuro de las personas normales y pide una globalización de la rebeldía y de las ilusiones compartidas. El Encuentro Etnosur de Alcalá la Real, que celebra su octava edición, ha premiado la trayectoria humana y literaria de Mario Benedetti. El ámbito de diálogo intercultural más importante de Andalucía reconoce a un poeta que representa la dignidad de los seres normales. Este hombre escribe para que nadie se sienta extranjero.

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