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Columna
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Alternativa

Hay un síndrome de la vida pública que lleva a los políticos a interpretar en términos fatalistas el clásico axioma de Demócrito de que "todo es fruto del azar y de la necesidad". Dicho en otras palabras, tienden a pensar que lo que tenga que pasar, pasará, por inevitable o por casualidad. Algo de eso ocurre a los socialistas valencianos, a la vista de la ponencia marco del décimo congreso del PSPV-PSOE, que se celebrará del 23 al 25 de julio en Castellón. Dicen cosas razonables (superar un periodo de poder del PP basado en la especulación urbanística, el abandono de los servicios públicos, el endeudamiento y el deterioro de la calidad de la democracia), incluso atractivas (buscar nuevos territorios para la democracia y la participación). Invocan el "diálogo frente a la crispación y la prepotencia del PP" y abogan por "una segunda modernización". Suenan bien las propuestas de reformar el Estatuto de Autonomía, de apostar por el desarrollo y la innovación, de garantizar y ampliar el Estado del Bienestar, la sanidad pública y la educación... Son melodías agradables, pero les falta vigor y credibilidad. Uno no puede despachar, un partido con coraje no lo puede hacer, como una "recuperación electoral" una década larga de derrotas en las urnas. A estas alturas, no es demasiado audaz auspiciar "una asamblea cívica por el cambio" y considerar que se abre "una etapa ilusionante". Un partido con sentido de la valencianidad ha de ser riguroso con la terminología y no debería barajar ni en broma un lema como "el nostre compromís amb la... Comunitat". A diferencia del PSOE de Rodríguez Zapatero, que fue valiente y consiguió triunfar, los socialistas valencianos se equivocan si creen amortizado ante los electores su historial fratricida (hace sólo unos días, en el congreso federal, fueron incapaces de cerrar filas tras el ministro valenciano Jordi Sevilla, y así les fue). De cara al 2007, el PSPV tiende a poner a la ciudadanía, otra vez, en la tesitura de asumir aquella humorada misógina de Demócrito cuando explicó que había escogido a su mujer (una señora muy bajita) porque, ante la alternativa de elegir mal, se inclinó por el mal menor.

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