¿Quién necesita a los intelectuales?
Vamos a hablar de los intelectuales. La revista mensual británica Prospect ha causado una conmoción veraniega al publicar una lista de "los 100 intelectuales públicos más importantes de Gran Bretaña" e invitar a los lectores a que voten por cinco de ellos. Se le ha criticado por hacer el juego a la obsesión de los medios con los famosos y las listas, por calificar al poeta irlandés Seamus Heaney de intelectual británico y por incluir a muy pocas mujeres.
En mi opinión, a pesar de su vulgaridad intrínseca, la lista es defendible por dos motivos. (Empezaré por confesar que soy parte interesada: mis pecados han hecho que figure en ella). En primer lugar, Prospect es una buena revista mensual de debate e ideas. Si el truco de la lista, relativamente inofensivo, puede ayudarle a atraer lectores, el fin justifica los medios. Pero lo más importante es que nos obliga a reflexionar sobre los intelectuales, pensar no sólo en quiénes son, sino para qué sirven y cuál es su interés (si es que lo tienen).
La lista de personas nacidas en el extranjero que han enriquecido la cultura británica es larguísima: Bronislaw Malinowski, Arthur Koestler, Eric Hobsbawm...
El número de intelectuales del siglo XX que se convirtieron en siervos de la barbarie utópica, fuera fascista o comunista, es alarmante
Jacek Kuron nos recuerda que ser intelectual puede ser una vocación noble, no una etiqueta de diseño. También en Gran Bretaña tenemos ejemplos: Orwell
Muchos británicos tienden a pensar que en nuestro país no tenemos intelectuales. Los intelectuales son unas personas despeinadas que se sientan en un café y fuman Gauloises mientras hablan sobre el ser y la nada. En otras palabras, son franceses. Aquí, si alguien dice de otro que es "un intelectual", lo normal es oír las comillas irónicas que rodean la palabra como avispas. O dicen que "es un poco intelectual". "Intelectual británico" se considera casi una paradoja, como "inteligencia militar" o "político honrado". En la mayoría de los demás países europeos existe un grupo social llamado "los intelectuales". En Gran Bretaña tenemos "las clases conversadoras". Por supuesto, la etiqueta la inventaron miembros de esas clases (es decir, intelectuales), una prueba de que la ironía británica tiene tendencia a volverse contra sí misma.
Esta opinión generalizada de que los británicos no tenemos intelectuales es un magnífico ejemplo de lo que los marxistas llaman falsa conciencia. Byron decía que, aunque los británicos no tenían la palabra longeurs, sí tenían el concepto, y en abundancia. Lo mismo pasa con los intelectuales. Este país está repleto de personas que no sólo tienen una relación profesional con las palabras y las ideas, sino que están profundamente interesados por ellas; creen que las palabras y las ideas tienen importancia social, política y moral, e intentan utilizarlas, de una u otra forma, en provecho del bien común.
Se puede leer todo el tiempo a intelectuales británicos en publicaciones como Prospect, The London Review of Books, el TLS, The Literary Review; los semanarios políticos y las ricas secciones culturales de los periódicos, como la Review de The Guardian. Se les puede oír casi cualquier día en excelentes programas de radio de la BBC, como In our time, de Melvyn Bragg; Nightwaves, de Radio 3, o Start the week, de Radio 4. Tenemos centros de estudio de primera categoría, y, pese a los esfuerzos de los Gobiernos desde hace 20 años, seguimos teniendo unas cuantas buenas universidades, con profesores que intervienen en la esfera pública. Lo curioso de la lista de Prospect es que basta un vistazo rápido para advertir muchas omisiones sorprendentes. Casi todos nosotros, con media hora de tiempo para darle vueltas a la cabeza, habríamos podido sugerir otros 100 nombres más.
Prejuicio popular
El prejuicio popular de que los intelectuales tienen algo de extranjeros contiene una pizca de verdad. Recuerdo una necrológica de Karl Popper que empezaba con estas memorables palabras: "Como casi todos los intelectuales británicos de su generación, Karl Popper nació en Viena". La lista de personas nacidas en el extranjero que han enriquecido la cultura británica es larguísima: Bronislaw Malinowski, Arthur Koestler, Jacob Bronowski, Alfred Brendel, Eric Hobsbawm, Amartya Sen, Ralf Dahrendorf y tantos otros. Estoy leyendo en estos momentos las cartas del que tal vez sea nuestro intelectual público más prestigioso en la segunda mitad del siglo XX, Isaiah Berlin, que se califica a sí mismo de "meteco", la palabra del griego antiguo que designaba a un extranjero residente en una ciudad griega, con ciertos derechos de ciudadanía pero no todos. Sin embargo, no hace falta nacer en Viena o Riga para ser un meteco mental. Se puede haber nacido en Swindon y, aun así, tener esa ligera sensación de ser extranjero, ajeno, vivir con cierta distancia respecto a la sociedad en la que uno vive; un sentimiento que es fundamental para ser intelectual. George Orwell lo tenía en grandes cantidades, y su distanciamiento no se debía a la raza, sino a la pertenencia de clase.
Gran parte de la tradicional actitud británica contra los intelectuales es una mezcla de hipocresía y xenofobia. Pero no toda. También existe una saludable suspicacia ante la posibilidad de dejarse arrastrar por ideas abstractas y el lugar al que eso puede llevarnos. La lista de intelectuales del siglo XX que se convirtieron en siervos de la barbarie utópica, fuera fascista o comunista, es alarmante. Ahora bien, si observamos el otro lado del Canal, también podemos hallar ejemplos estimulantes de lo que significa ser un intelectual público.
Veamos, por ejemplo, al disidente polaco Jacek Kuron, que murió el mes pasado. Jacek, un hombre grandón, generoso, que fumaba sin parar, fue ferviente comunista en su juventud, pero luego acusó al Partido Comunista gobernante de haber traicionado aquellos grandes ideales. Le metieron en la cárcel una y otra vez, a causa de su lucha por los derechos humanos, la justicia social y la solidaridad, primero con s minúscula y luego con mayúscula, en el movimiento de liberación Solidaridad de los trabajadores polacos. Se involucró en la política democrática y nunca dejó de tender la mano a los pobres, los oprimidos y los marginados. Hoy, un comedor benéfico en Polonia se llama Kuroniowka.
Hace diez días, Polonia ofreció a este intelectual público uno de los funerales más asombrosos que he presenciado. Allí estaban el presidente poscomunista del país, el primer ministro y las máximas autoridades, junto con el general Jaruzelski, para honrar al hombre al que su antiguo partido había vilipendiado y oprimido durante tanto tiempo. Todos escucharon mientras los camaradas disidentes de Jacek le rendían homenaje, con conmovedores recuerdos personales, poesía y voces entrecortadas. También hubo homenajes de un imán, un monje budista, un ucranio, un trabajador de una iglesia católica y unos jóvenes que llevaban insignias en las que se leía "los niños de Jacek". Poco antes de que bajaran su ataúd a la fosa, hubo un momento lleno de emoción cuando, en los altavoces del cementerio, resonó un gran poema que había sido una especie de credo del intelectual polaco en los tiempos más siniestros, "El último mensaje del señor Cógito", de Zbigniew Herbert:
"Sé valiente; cuando la razón no sirva, sé valiente
en el juicio final eso es lo único que importa
y tu ira impotente deja que sea como el mar
siempre que oigas la voz de los humillados y vencidos
que nunca te abandone tu hermano el desprecio
hacia los informadores verdugos cobardes; ellos ganarán
asistirán a tu funeral y con alivio arrojarán tierra
y la carcoma escribirá tu biografía suavizada".
Allí estaban, en primera fila, el presidente comunista, que acababa de esbozar una biografía suavizada; el primer ministro, y el general. Y el ataúd de un mero intelectual dio una lección de humildad a los poderosos.
No parece que ningún intelectual británico vaya a tener pronto oportunidad de desempeñar un papel tan heroico. Por lo menos, debemos confiar apasionadamente en que no, porque es una oportunidad que sólo surge en periodos siniestros que no deseamos para ningún país. Pero Jacek Kuron nos recuerda que ser intelectual puede ser una vocación noble, no una etiqueta de diseño. También en Gran Bretaña tenemos ejemplos: sobre todo, Orwell. Y tenemos nuestros propios males: las mentiras del diario sensacionalista The Sun, que ensucian a diario nuestro espacio público, y los venenos de la islamofobia, el antisemitismo, el antiamericanismo y el antieuropeísmo. De modo que más vale que nos dejemos de comillas irónicas y nos pongamos a trabajar.
Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia
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