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Columna
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Lo viejo es bello

El hermoso poema musicado de Lluís Llach, Vell és tan bell, dedicado a su padre y a Dolors Puy, trata de alejar de la mente de ambos el pensamiento que invade a muchos ancianos de que con la edad se pierde el encanto de los jóvenes. Picasso y Matisse, que por lo visto se pasaron toda la vida disputando sobre todo lo que fuera pintura, mujeres o juventud, lo expresaron bien cada cual a su estilo. Parece ser que Matisse decía algo así como, aunque vivamos hasta viejos hagámoslo siempre como jóvenes, y replicaba Picasso asegurando que él había llegado hasta viejo por vivir siempre como joven. Piensan algunos que con la edad desaparece el encanto de la juventud, sin comprobar que en ocasiones nos comportamos con las actitudes que se atribuyen a la juventud y en otras a la senectud, pero en ningún caso como consecuencia sólo del paso del tiempo. Hay jóvenes que desdicen a su edad revelándose conformistas cuando apenas tienen nada que conservar, y viejos que se muestran como radicales, cualidad ésta que les embellece con el paso del tiempo. La belleza, en cualquier caso no está únicamente en la edad, sino también en la sabiduría del espíritu. Y el viejo conoce mejor los límites del tiempo y de la existencia. Lo joven, en general, ni escruta los amaneceres, ni recuenta los crepúsculos, ni se sorprende ante el paso de las nubes, sólo vive en el porvenir, mientras lo viejo por el contrario, vive en el pasado pues el presente se le vuelve ajeno. Ahora cuando el tiempo no se comparte, el individuo desplaza a la familia, la vida se alarga, y los viejos son multitud, éstos son recluidos en residencias, y atendidos por personas que les son lejanas. En las calles, sustituidas por grandes vías aptas para la circulación, nuestros ancianos se ven desamparados ante una ciudad que cada vez más desconocen, viéndose acompañados en muchas de las ocasiones por bondadosos rostros de inmigrantes que suplen nuestras ausencias. Sorprendería recontar el número de horas dedicadas a pasear animales de compañía a lo largo de muchas vidas en un tiempo cada vez menos solidario, que paradójicamente se formula como escaso cuando menos horas se trabaja. El anciano rechaza lo superfluo. No acumula, simplifica. Le sobra todo exceso. La vejez se convierte entonces, afirma un viejo recién fallecido, Norberto Bobbio, en el momento en el cual tienes plena conciencia de que no sólo no has recorrido todo el camino, sino de que ya no te queda tiempo para recorrerlo. El viejo vive de recuerdos como el joven vive de la imaginación. Al final eres lo que has pensado, amado, realizado. Eres lo que recuerdas. Los afectos que alimentaste, los pensamientos que tuviste, las acciones que realizaste, los recuerdos que conservaste. La melancolía está atemperada por la constancia de los afectos que el tiempo no consumió. Lo viejo es frágil, pero lo frágil también es hermoso. Cuando los viejos caminan lento adquieren solemnidad. Cuando se declaran inútiles demuestran fortaleza. Cuando les fallan las fuerzas se apoyan en los afectos. El gran patrimonio del viejo está en el maravilloso mundo de la memoria. Su belleza está en ellos mismos. Bobbio, en De senectute, parafrasea a Erasmo que afirma: "Quien alaba la guerra no le ha visto la cara" y acaba cuestionándose si quien alaba la vejez acaso tampoco le ha visto la cara. Pero sabe que todos podemos verla próxima y es hermosa. Sin otra limitación que la salud y otro condicionante que el de adaptarse a los cambios.

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