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Columna
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Hasta siempre, Duque

¿Era realmente un genio o era sólo como el "genial caballo de carreras" de Musil? Después de su muerte, del pobre Tennessee Williams, que fue el autor de la obra que lo encumbró en la escena y en la pantalla, sólo se nos ha recordado este parco comentario: era el hombre más guapo que jamás había visto. Es lo que nos queda de Un tranvía llamado deseo, Stanley Kowalski, o mejor, la imagen de Kowalski, es decir, Marlon Brando. Toda una enseñanza sobre un requiebro cultural que es el de nuestra época. En su base se halla la cultura europea de entreguerras -el último momento estelar de Europa-, pero lo que emerge de ella, esta cultura que, aunque constituya un momento estelar americano, es también la nuestra, se nos escapa todavía al análisis. Desde esta perspectiva, la importancia cultural de Brando es sensacional, y creo que su desdichada vida fue fruto del desconcierto que a él mismo le produjo el papel que estaba desempeñando. Es el peso de ser bisagra, y a Marlon Brando todos sus referentes se le deshacían en la nada, incluso el psicoanálisis, al que se sometió durante años. En su resistencia, en lo que se ha denominado su proceso de autodestrucción, encuentro sin embargo algo... conmovedor.

Había en la gordura de Brando algo de desafío, de autoafirmación, más que de autodestrucción

Nunca me pareció un hombre atractivo, salvo cuando engordó. Sé que esto puede parecer provocador, pero digo sinceramente lo que siento. Su físico juvenil era el adecuado para ese tipo de elogios que despierta entre sus admiradores, y que rezuma esperma a raudales. Su desgracia, quizá una de ellas, fue que acabara convirtiéndose en un icono fálico para el consumo de masas. Cuanto más sublime era -y sabía serlo-, mayor era su capacidad icónica: el chico de la camiseta sudada, el chico de la moto, ...Kurtz. Respecto a este último, ¿serían tan comunes las cabezas masculinas peladas si él no se la hubiera pelado para ese personaje? Incluso su cabeza monda y lironda adquiría un alto voltaje sexual, del que quizá no pudieron liberarlo ni las toneladas de hamburguesas, o de lo que fuera, que devoró en su vida. Con él, todo terminaba en una imagen, y quizá por eso el cine le pareció inconsistente. Odiaba su belleza, odiaba a Kowalski, odiaba su profesión. Y se declaraba auténtico y capaz de darse con la cabeza contra un muro para seguir siendo fiel a sí mismo: "I am myself and if I have to hit my head against a brick wall to remain true to myself, I will do it". Lo hizo.

Tengo la impresión de que Marlon Brando quiso recuperar lo que el cine y la cultura contemporánea disociaron en él, y que ese fue el núcleo de su batalla egotista. Su intensidad sólo era capaz de producir superficie, la mejor superficie sin duda, y eso resultaba demoledor para alguien que buscaba, en declaraciones de un compañero suyo a Truman Capote, algo verdadero en sí mismo y en la vida. Adoraba a su madre, lo que es casi como no decir nada, pero hay algo en su relación con su madre que lo muestra al desnudo y revela que su sentido de la vida era mucho más espeso, más denso, que el que le tocó representar. Cuando su madre, alcohólica, decidió abandonar la bebida e ingresó en Alcohólicos Anónimos, se sintió abandonado por ella, que ya no lo necesitaba. Su amor lo resumía en esa entrega, que lo hacía correr de la escuela a casa para encontrarla vacía y esperar allí una llamada telefónica: la que le harían desde un bar, diciendo que había allí una mujer tirada y que pasaran a recogerla. En lo más crudo de la vida, se hallaba esa verdad a la que quería aferrarse. En el extraordinario reportaje que le hizo Truman Capote cuando rodaba Sayonara, se nos cuenta el fin de esa relación, el momento en que ante su madre caída se sintió indiferente. A partir de ese momento, todo le resultó indiferente.

Su cabeza nunca fue tan estupenda como cuando engordó, insisto en ello. Acumuló en ella toda la carga sexual que atesoraba y la volvió metafísica. Y había también en su gordura algo de desafío, de autoafirmación, más que de autodestrucción. ¿Y de sarcasmo? Con su gordura creó dos de las imágenes más impactantes de nuestro tiempo: Vito Corleone y Kurtz.

En algún sitio confesó que sus momentos felices eran aquellos en que se tumbaba desnudo en una playa y contemplaba sobre él el movimiento del cielo. En boca del joven Brando, no hubiera pasado de ser una declaración de autoerotismo banal. Pero dicho por una mole humana de ciento cincuenta kilos de carne, se convertía en otra cosa: en la respiración espiritual de un animal. ¿No es eso lo humano?

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