Del riesgo y el extremo
Tras el triunfo de Elena de la Merced con el mismo programa dedicado a la zarzuela barroca que presentara en el Teatro Real bajo la dirección de Christoph Rousset y el curioso recital de Emil Zrihan, cantor de la sinagoga de Ashkelon y recipiendario musical de eso que llamamos las tres culturas, cerraba la Orquesta de París el Festival de Granada de este año con un programa ejemplar. Nada menos que el estreno -juntos en una misma sesión- de los seis números de la Suite Iberia de Albéniz orquestados por Francisco Guerrero (1951-1997) más la rara y tan hermosa Sinfonía lírica de Zemlinski sobre textos de Tagore.
Lo primero, nobleza obliga, agradecer a Eschenbach y sus parisienses poner en atriles el trabajo de Guerrero, que no es una orquestación sin más, sino un ejercicio de análisis, una reflexión sobre la estructura, sobre la expresividad de la partitura original. A su lado, una orquestación tan colorista, animada y garbosa como la de Fernández Arbós parece más el iluminado de una lámina que, curiosamente, nunca estuvo en blanco y negro. Lo que hace Guerrero es indagar, observar, investigar y, sobre todo, arriesgar. Como cumbre del esfuerzo, un Corpus Christi en Sevilla absolutamente genial que resume la originalidad de muchas de sus opciones tímbricas, de esas combinaciones instrumentales, de ese cruce entre la creación ajena y la mirada propia que hacen de esta Iberia puesta en la orquesta la más interesante entre sus pares. El problema es que las dificultades de interpretación son enormes y sólo con muchos ensayos se llega al final sin destrozos. La labor de la Orquesta de París -luchando sus atriles de cuerda, pinza en mano, contra el viento que pasaba las páginas de las partituras- no fue un prodigio de sutileza y parte del trabajo de Guerrero quedó más intuido desde la mejor voluntad que expuesto como sólo hubiera sido posible con un intenso esfuerzo preparatorio. Pero ahí estaba, en pie y ojalá que para siempre, pues es música que las orquestas españolas debieran incorporar a su repertorio de inmediato.
Orquesta de París
Christoph Eschenbach, director. Melanie Diener, soprano. Matthias Goerne, barítono. Obras de Albéniz-Guerrero y Zemlinski. Palacio de Carlos V, 4 de julio.
Versión antológica
Por el contrario, la versión de la Sinfonía lírica de Zemlinski fue simplemente antológica. Ahí sí que sacó toda su clase la orquesta, conducida amorosamente por un Eschenbach que cambió el guante de hierro por el de seda para sentir mejor esta música decadente y perfumada, extrema y única, que tiene tanto de final de algo, de un tiempo, de una estética. Melanie Diener y Matthias Goerne fueron solistas de gran clase, y la soprano la artífice, seguida por un maestro en pleno arrobo, de los mejores momentos de la noche. Eso sí, era una orquesta de primera fila, escuchándose a sí misma, gustándose. Si siempre fuera así, otro gallo le cantaría a la hora de colocarse, de una vez por todas, entre las mejores.
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