Un rock para Lance
Armstrong apabulla a todos los rivales en un prólogo ganado por el suizo Cancellara
Lieja
La mañana era de blues. Tras despedir a su mozo enamorado a la puerta del autobús con un piquito en los labios, Sheryl Crow, perfectamente equipada para el momento -culotte de ciclista y maillot, casco y zapatillas de ésas imposibles, con una ranura entre suela y tapa para alar el pedal-, se montó en bicicleta y se fue a dar un paseo por los grises y laberínticos alrededores de Lieja. Con el material que llevaba y si hubiera querido, mientras pedaleaba, podría haber compuesto una canción. Triste. El aire húmedo que respiraba 13 veces por minuto estaba lleno de presagios, el viento veloz transportaba malas noticias, el fin de una época. Marlon Brando ha muerto, Hicham el Guerruj queda octavo, Ana Guevara deja de ganar, los médicos, sus problemas, sus medicamentos, llaman la atención más que los ciclistas, a su Lance le escriben un libro que no le gusta...
Dicen que Ullrich llega a la ronda con un par de kilos de más para jugársela en la última semana
Si Sheryl Crow hubiera seguido por la tarde con las tareas compositivas, podría, mientras Iban Mayo calentaba sus músculos en acelerado protocolo al ritmo de un buen "hip-hop" y del Estopa que fluía de su MP3, mientras su Armstrong prefería para su iPod el folk duro de Jim Croce y el folk más ácido de Crosby, Still and Nash, hasta bien pasada la hora de la siesta podía haberle añadido instrumentación a la balada, aunque, claro, visto lo que pasaba por las calles de Lieja, barridas por el viento, habría tenido que tirar de gaitas gallegas -con lo que le habría salido una muñeira en homenaje a Óscar Pereiro, el gallego del Phonak ganador de la Clásica de los Alpes dirigido por el gallego Pino que marcó el mejor tiempo durante una hora veintiún minutos y cuarenta y nueve segundo-, o, más chirriante aún, de pífanos, cornos y trompas alpinas, gorgoritos en honor de Fabian Cancellara, un suizo de 23 años que iba para figura desde juvenil -ganó dos mundiales contrarreloj en 1998 y 1999-, que pasó de juvenil a profesional directamente y que ha ido madurando con tranquilidad desde entonces, primero en la factoría Mapei y luego con el sargento de hierro, el viejo Ferretti, en el Fassa Bortolo. Cancellara debuta en el Tour y se estrena con estruendo, gana el prólogo, aumenta la cantidad de signos ominosos para el Lance Armstrong que busca la luna del sexto Tour: la última vez que un suizo ganó un prólogo (Alex Zülle, 1996, Hertogenbosch) coincidió con la última vez que un corredor (Indurain) luchó contra la maldición del sexto Tour.
Con el blues casi armado, a Sheryl Crow sólo le faltaba para terminarlo que su Lance, caballero en busca de un grial imposible, y la banda de sus rivales -el americano Hamilton; el alemán Ullrich, el especialista en ofrecer múltiples imágenes: a Indurain le parecía muy delgado, a los espectadores televisivos que le vieron pedalear potente y pesado, les pareció excesivo de jamones; el feliz por fin Mayo, el amante del jolgorio, caballo encerrado una semana, a quien la salida, por fin, le alejaba de polémicas, de médicos expedientados, de análisis fallidos, de compañeros descabalgados, de preguntas incómodas, de tensión- echaran el bofe durante los seis kilómetros del prólogo y exhibieran sus resultados.
Pero allí, poco a poco, pero velozmente -era un prólogo, nadie salvo los escaladores, Mancebo, Heras, bajaba de 50 por hora-, con la rapidez propia de Iván Gutiérrez, que salió torpe y medrosos y acabó como una bala, rozando a Cancellara pero por detrás, el viento cambió, ya no llevaba tristeza, presagios, el ritmo de la canción triste se le fue acelerando a Crow, de blues pasó a balada en un santiamén, en lo que Armstrong empezó a comerse bordillos, adoquines y aceras cabalgando sobre su Trek sin miedo a 100 pedaladas por minuto.
El Armstrong que por la mañana había dicho: dudan de mí desde que en la Dauphiné lo intenté y no pude con Mayo en el Ventoux; dudan de mí por el libro que dice cosas insidiosas; dudan de mí porque nadie quiere que alguien gane seis Tours; ese mismo Armstrong por la tarde fue "Lance el implacable", la fe clavada en su mirada fría y clara, líquida como el agua de una arroyo de montaña. A su lado, después de su paso que arrasaba, Tyler Hamilton, que le cedió 16 segundos, quedó como aquel que amaga y no da; Iban Mayo, saltarín, con las mismas gafas Oakley, pero coloreadas, quedó como peligro real, pero aún lejano.
Jan Ullrich, el alemán que le dejó 15 segundos, quedó definitivamente gordo, jamón, jamón, y también peligroso, por tanto. Dicen los que le conocen que Ullrich ha llegado al Tour voluntariamente con un par de kilos de más, porque todo, precisan, se jugará en la última semana y hay que llegar con reservas.
Y dicho eso, Armstrong le traspasó el blues a Ullrich, que se busque una alemana seria y profunda que se lo componga, que él tenía trabajo pendiente, tenía que ayudar a su Sheryl a terminar de componer su canción, que, visto lo visto, no podría ser sino un rock de Los Ramones. El rock de Lance camino de la luna.
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