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Columna
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Justicia global

El conflicto entre civilizaciones resulta de nuevo reabierto. Entre culturas y religiones, con el trasfondo de la opulencia y la miseria. No hay corazón que quede insensible ante las víctimas de los atentados terroristas. Los políticos, de aquí y de allá, deben abordar el origen del problema, no sólo sus efectos. Decía José Mª Aznar, ex presidente del Gobierno español, que no se podría acabar con el terrorismo mientras sintiéramos alguna culpabilidad por su existencia. Pienso que es al contrario, no se podrá acabar mientras no sintamos culpabilidad por el mismo.

Mis amigos valencianos de la familia iraquí Flayad me advierten de la necesidad de contribuir a aliviar la tensión, no a incrementar su volumen. Joaquín García Roca lo explicó bien recientemente en el Centro Arrupe: hay que evitar el choque de civilizaciones, pero son las contradicciones de la civilización occidental las que favorecen la aparición de lo peor que hay en el Islam. No cabe ignorar las injusticias cometidas. Ni las afrentas. Ni mucho menos las torturas. Como las sucedidas en Irak, o las que pudieran producirse en Guantánamo. No podemos hoy levantar nuevos lindes para proteger nuestra civilización, como antaño hiciera el emperador Adriano. Ni murallas chinas, ni muros en Berlín, ni vallas en Cisjordania. Hace muchos años que decidimos derribar todos y debemos buscar el entendimiento.

Hoy la emigración no podrá detenerse ante las diferencias en los niveles de vida existentes. El retraso en la regularización de los sin papeles sólo favorecerá la explotación de los necesitados y la corrupción entre los intermediarios. El nuevo Gobierno se encuentra ante la necesidad de abordar este problema. A primeros del siglo XXI todavía hay millones de personas que viven en la miseria. Los factores que intervienen en el proceso de exclusión son fundamentalmente de tipo económico. En la estructura económica mundial el 14% de la población acapara el 75% del producto bruto global.

Hemos de dejarnos de eufemismos, distribuir mejor la riqueza, y posibilitar la cultura. Según la Fundación Entreculturas, 872 millones de adultos son analfabetos y un total de 113 millones de niños no pueden ir a la escuela. La forma de superar los integrismos pasa por la cultura. La globalización implica mayores riesgos pero también mayores oportunidades. En unos años puede avanzarse en la escolarización y en el conocimiento cultural más que en siglos. No cabe profundizar sólo en la economía global sin ni siquiera plantear la justicia global.

Nos encontramos ante un verdadero estado de emergencia mundial que sólo pasa desapercibido a los ojos de quienes no desean verlo. Nos encontramos en el punto crítico que alerta de nuestra obesidad y de su hambruna. Hoy los muertos inocentes de Irak o de Cisjordania podemos reconocerlos mejor tras haber visto desgraciadamente tan de cerca a los nuestros.

Importante es que nos importen todos, también los vivos. Los de aquí y los de allá. Debemos prever la respuesta adecuada a unas necesidades psicológicas y materiales de unas víctimas del terrorismo que nunca hasta ahora se habían producido en nuestro país en número tan elevado y por un peligro aparentemente tan lejano. Debemos contemplar la integración de los emigrantes, porque sólo con una política basada en la justicia se podrá avanzar en la superación de las desigualdades, la aceptación de las diferencias, y la comprensión del otro como portador de valores tan sensibles para su defensa como los nuestros.

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