Sólo los muertos conocen Mafra
De paso por Mafra, que no tiene ninguna culpa, Mafra y todos aquellos alrededores por donde anduve, como cadete, en los primeros meses de la desgracia que me llevó, en paquebote de lujo, a los tiros de África. Supongo que fue el invierno más horrible de mi vida, enero, febrero y marzo bajo el frío y la lluvia entre el convento helado al que llamaban Escuela Práctica de Infantería, el coto al que, según se decía, iba el presidente de la República a cazar ciervos, y las torturas militares hasta la desembocadura del Lizandro. Comprendo que sea necesario entrenar con dureza a los alumnos oficiales para la guerra, pero me cuesta entender la crueldad de algunos instructores. También comprendo que esos instructores eran tan infelices como nosotros, pero me cuesta entender la violencia innecesaria, la humillación estúpida, las condiciones de vida degradantes. Con una estrella en el hombro y L. Antunes bordado en el uniforme, pasé un hambre de perros: café con leche en polvo, un paquete minúsculo de mantequilla para compartir entre ocho. El alférez de pie, con los brazos cruzados, ordenaba
Me cuesta entender la violencia innecesaria, la humillación estúpida, las condiciones de vida degradantes
-Vengan arrastrándose hasta mí
hasta que tocábamos sus botas, unos encima de otros en el barro de los senderos. La falta de agua que me hacía pasar toda la semana sin ducharme, el tufo pestilente de las casernas, la brutalidad constante, nosotros sucios, desesperados, exhaustos, el alférez preguntando
-¿El ejército es guapo?
y todos a coro, jurando por su madre
-Sí
el alférez preguntando
-¿El ejército es bueno?
y nosotros, con ganas de estrangularlo
-Sí
el alférez insistiendo
-Más alto
y nosotros, más alto
-Sí
el alférez
-Angola
y nosotros, a coro
-Es nuestra
con un bramido de rabia, el mayor que estudiaba nuestro aspecto en la revista, pasando una tarjetita por la mejilla para comprobar el afeitado. Si la tarjeta aparecía sucia
-Trrrrr
el mayor informaba al capitán
-Este cadete no sale el fin de semana
yo, para mis adentros
-Tarde o temprano me vengaré de ese cabrón
cuando el mayor era un desagraciado igual a nosotros, un prisionero igual a nosotros, mal pagado, viviendo mal, con seis años de África en el estómago, aún hoy me disgusta pasar por Mafra, todas aquellas laderas, todas aquellas calles, sargentos en el escritorio escribiendo con una caligrafía difícil, pasillos enmohecidos, media docena de urinarios, a lo sumo, para una compañía entera, el pis escurriéndose por el suelo, llamadas a gritos en medio de la noche
-Diez minutos para formar fila
no, no diez
-Cinco minutos para formar fila
el soldado portugués es tan bueno como los mejores, Portugal uno e indivisible del Miño a Timor, saltar el muro, saltar la zanja, saltar los días, si fallas en las pruebas físicas te rebajas a soldado raso, no olvidar la arrogancia, el abuso constante, la maldad y no olvidé, no voy a olvidar nada, Angola es nuestra, arrastrarse, arrastrarse, la lluvia civil no moja a un militar, aún hoy no paso por Mafra, doy un rodeo, no he encontrado a un solo cadete que fuese hijo de una persona importante de la Dictadura, un diputado, un ministro, un banquero, esos no estaban obligados a arrastrarse, a arrastrarse, a tocar las botas del alférez, a comer la basura del rancho, mi cabeza, siempre
-¿Por qué?
mi cabeza, solamente
-¿Por qué?
es gracioso cómo sobrevivimos a todo, resistimos todo y casi enseguida yo oficial también, listo para el barquito de África con galones en los hombros, flamantes, mi cabeza, siempre
-¿Por qué?
mi cabeza, solamente
-¿Por qué?
insistiendo
-¿En nombre de qué, por qué?
y de nuevo enero, y frío, y lluvia, la desembocadura del Lizandro de madrugada, imprecisa, una naranja, una lata de conservas, mis dedos con dificultad quitándole la cáscara, cadetes, en lugar de gaviotas, desparramados por la playa, transidos, un solecito pálido desenfocándose, descansar el arma, la lona de las tiendas, la cantimplora, morder la cáscara, el zumo ácido, sólo los muertos conocen Mafra, se oyen los pasos de los difuntos en las losas del convento, el cadete L. Antunes subiendo las escaleras rumbo al dormitorio colectivo, ahí va él, si entrase ahora allí lo encontraría, le ordenaría
-Diez minutos para formar filas
no, no diez
-Cinco minutos para formar filas
y me quedaría viéndolo correr hacia la lluvia, enero, febrero, marzo, la cabecita rapada, los dedos rojos que no atinan siquiera con una naranja, el cadete L. Antunes
-¿Por qué?
el cadete L. Antunes, solamente
-¿Por qué?
su cara
-¿Por qué?
y claro que no respondo, si respondiese tendría que decirle
-Tampoco yo lo sé
y un oficial, es evidente, no puede mostrarse débil delante de un recluta de mierda.
Traducción de Mario Merlino.
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