En sordina
Tras el alivio postelectoral todo vuelve, como recordaba Javier Ugarte, pero me atrevo a añadir que ni siquiera vuelve como parodia. Es la pura inercia de unos discursos y posicionamientos enquistados, en un país enquistado al que la realidad puede estar ya empezando a darle un barrido. No sólo la distancia espacial ahoga las voces, también lo hace el tiempo. Escuchen ustedes lo que hace unos años se oía con tanta fuerza y lo débil que suena ahora. Es como si siguiera emitiéndose en aquella época, se hubiera quedado en ella, y nos llegara en sordina, debilitado, apenas perceptible. Se ha quedado viejo, todo se está quedando viejo, y el país necesita una renovación. Ese artista de lo mutable que es Jonan Fernández declaraba algo así como que en los últimos meses percibe con mayor intensidad una mayor impaciencia y exigencia de que esto se arregle de una vez. Es una percepción interesante, pero todo depende de hacia donde se incline el oído.
Lo que en realidad creo que se escucha es que este bochinche se acaba y que cuanto antes se acaba menor es la posibilidad de arreglo. Porque el arreglo, para unos sectores del espacio-tiempo, no consiste en que esto se acabe, sino en que lo haga con alguna ventajilla. No se oye, no se oye el estruendo, y eso es mala señal. Para algo que fue fundamentalmente furor y sangre, y escasa sustancia, que no se oiga el estruendo puede significar que el mundo sigue y no les echa en falta, y que su espacio-tiempo corre el riesgo de ser absorbido por un agujero negro desde el que ya no se pueda arreglar nada. De ahí quizá las impaciencias y las exigencias, y las premuras por el "ya". Pues "moesta et errabunda", como en el poema de Baudelaire, puede quedar alguna parroquia, que acaso tenga que preguntarse: "L´innocent paradis, plein de plaisirs furtifs, / Est-il déjà plus loin que l´Inde et que la Chine?" Y lamento tener que recordarle a Jonan Fernández que mayores impaciencias y exigencias tuvo años atrás otro sector de la población, aunque sea una lástima que él no se enterara.
Lo que desde su peculiar inclinación escucha mi oído es que urge la vida y sobra la faramalla. Son sonidos que me llegan desde un sector, aunque amplio, un sector que a fuerza de soledad y de oprobio ha aprendido a distinguir el grano de la paja y no está dispuesto a escuchar más cantos de sirena. Esos cantos le llegan ya apagados, y ésta es una novedad en el country que implica que a ese sector se le ha acabado la paciencia y que le sobran los ventrílocuos de la vida. No esperan otro arreglo que el de que los dejen vivir, que no los conviertan en corderos redentores, que no los echen del trabajo por no saber una lengua que no la necesitaban para desempeñarlo, que no los movilicen a golpes de bravura sindical que no se sabe a dónde conducen, salvo a consolidar posiciones de poder ideológico. Y ese sector es cada vez más firme, y le ha dicho que no al lehendakari, exigiéndole estar en paridad de condiciones desde el origen para que su voz sea también determinante. Y ese sector quiere llegar al Gobierno. Lo logrará o no, pero se acabaron los tiempos en que una pretensión de esa índole se consideraba poco menos que ilegítima o desestabilizadora. Eso ya no se discute, eso se pide.
Las urgencias que se perciben son muy diversas, y van desde las prisas por no perder el tren hasta las prisas por recuperarlo. El problema del nacionalismo en el poder es que ha arreglado poco y ha complicado mucho, y que hasta las soluciones que plantea suelen servir siempre para complicarlo todo un poco más. Son siempre soluciones pro domo sua, pero la supuesta casa del padre debe de estar tan deteriorada, que no hay quien la arregle. Ese es el saldo de 25 años en el Gobierno, y aun en el caso de que se acabe el terrorismo lo que queda por arreglar es monumental. Y mal iremos si centramos, como siempre, el foco del arreglo en el mundo nacionalista (acomodo en España, acomodo de la batasunidad, acomodo y más acomodo de quienes siempre han estado acomodados), y nos olvidamos del desaguisado profundo que se ha creado en esta sociedad en su conjunto: exclusión, ciudadanos de primera y de segunda, ideologización viciosa, heridas aún sangrantes y de difícil curación, autocomplacencia gregaria y hasta servil al poder, falta de impulso,... Voilà el proceso ilusionante. Menos mal que éste suena más bajo.
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