Noticias del hispanismo
Hace muchos años que el hispanismo en España ha dejado de equivaler a ombliguismo, rutina o soberbia ignorancia y ha pasado a ser un oficio donde hay gentes competentes y otras incompetentes, o directamente resignadas a su propio aburrimiento profesional. Casi como en cualquier otra disciplina. Sin embargo, entre el hispanismo disperso en el extranjero, particularmente en universidades anglosajonas, no se ha superado todavía un complejo de superioridad que a estas alturas da risa: es un sector de españoles que hacen hispanismo de primera, persuadidos del atraso sin remedio y la vulgaridad positivista de los hispanistas de segunda, locales. Para algunos de ellos, y como si todavía estuviésemos en los tiempos de Américo Castro, va implícito que la única investigación respetable sobre esta materia se hace fuera de España.
LOS MERCADERES EN EL TEMPLO DE LA LITERATURA
Germán Gullón
Caballo de Troya. Madrid, 2004
250 páginas. 12,50 euros
LA TAREA POLÍTICA. NARRATIVA Y ÉTICA EN LA ESPAÑA POSMODERNA
Txetxu Aguado
El Viejo Topo. Barcelona, 2004
314 páginas. 15 euros
El disparate, acabo de decirlo, raya lo puramente risible, y hay algunos libros más o menos recientes que vienen a mostrar despiadadamente la inconsistencia del prejuicio. El hispanismo extranjero tiene autores solemnemente pobres, por muy anglosajonas (o extranjeras) que sean sus universidades, y tiene también nuevos y valiosos investigadores que hacen libros y trabajan estupendamente. Lo peor es que ese complejo de superioridad del hispanismo español en el extranjero llega a neutralizar el efecto de libros de interés cierto, llenos de buenas y muy oportunas ideas pero tan antipáticos de escritura, y tan claramente sumidos en ese prejuicio rebajador y a veces resentido, que obstruyen sus propios argumentos. Nil Santiáñez publicó en 2002 Investigaciones literarias. Modernidad, historia de la literatura y modernismos (Crítica), y podría ser el caso reciente más valioso y al mismo tiempo frustrante: ese libro apenas tuvo eco crítico y sin embargo lo merecía... al margen de la escasa habilidad para detectar los aliados evidentes con los que contaba entre el hispanismo español.
Tanto Germán Gullón como
Txetxu Aguado son hispanistas fuera de España: Germán Gullón hoy es catedrático en Amsterdam mientras Aguado trabaja en el Darmouth College, en Estados Unidos. Ambos libros son muy distintos entre sí. El de Gullón aspira a ser un ensayo reflexivo sobre las letras en la democracia pero es un desahogo superficial y muy previsible mientras el de Aguado aparenta ser sólo una aportación más, abstrusa y repetitiva, de cuño académico, y es en cambio un excelente ensayo con hipótesis interpretativas originales, bien argumentado de principio a fin, valiente en su toma de posición sobre debates teóricos (rechaza el dilema entre Derrida y Habermas y encuentra un camino propio) y me parece que escorado hacia ese menosprecio por la producción crítica local, como si verdaderamente las únicas cosas de interés sobre Manuel Vázquez Montalbán, Juan Goytisolo o Jorge Semprún estén escritas desde los departamentos extranjeros. La lectura política e ideológica, desde la crítica cultural (que reivindica y practica) le da óptimos resultados a Aguado cuando lee El estrangulador o Aubiografía del general Franco, o cuando acude a La escritura o la vida. Los enmarca en una común "visión pragmática y utópica de lo político", del mismo modo que anima a leer la literatura democrática introduciendo perspectivas fecundas, sin sectarismo ni desde luego militancia estricta. El impulso central tiene que ver además con la voluntad de recuperar el espacio político como terreno propicio a la discusión, el debate y la inteligencia, no sólo la propaganda o la lucha partidista. Las ideas políticas no están reñidas con la literatura; lo está el maniqueísmo o la simplificación.
Y me parece que demasiados de esos ingredientes se reúnen en el libro de un reconocido investigador sobre la literatura española del siglo XIX, Germán Gullón. El argumento central viene a denunciar la alergia de la novela de la democracia hacia la realidad, aunque a veces parece que quiera decir hacia el realismo de lo inmediato y cotidiano. Pero sea lo uno o lo otro, me parece que no se llega a ninguna parte con ese eje de explicación, y desde luego la demonización del mercado -los mercaderes del título- es una forma de eludir el bulto de problemas con texturas más complejas. Demasiadas veces se denuncia al mercado como si fuese algo anónimo o sin pies ni cabeza, y eso es sólo muy parcialmente verdad. Los primeros nombres que tiene el mercado son los de los autores que aceptan o no participar en la mercadotecnia. Deciden hasta dónde comprometen su papel en la venta de sus libros, porque salir del mercado es absolutamente imposible. Sin mercado no hay libros para lectores, ni buenos ni malos. Y los argumentos de Gullón en torno al declive de la edición literaria repiten buenos ensayos extranjeros y bien conocidos en España, sin aportar apenas nada a ellos, como no sea el color local de creer firmemente que la mejor respuesta literaria a la ausencia de realidad, según Gullón, la hayan dado Ray Loriga o Roger Wolfe o José Ángel Mañas, lo cual es un auténtico reduccionismo en torno a la noción misma tanto de realidad como de realismo. Quizá la información de actualidad, o demasiado fragmentaria o muy mal cribada, ha jugado una mala pasada al hispanismo de allí, de aquí o de cualquier sitio, al hispanismo sin más.
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