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Crónica:Eurocopa 2004 | El equipo anfitrión, a semifinales por penaltis
Crónica
Texto informativo con interpretación

Heroico Portugal, mezquina Inglaterra

El abnegado esfuerzo del equipo de Scolari tuvo premio frente a un rival que pagó las tendencias defensivas de Eriksson

Santiago Segurola

La rueda de penaltis decidió el partido de Lisboa, o quizá lo decidió Inglaterra con su ataque de pánico en el segundo tiempo, alimentado por las decisiones de Eriksson, cuyas tendencias chocan frontalmente con la esencia generosa del fútbol británico. El abnegado esfuerzo de Portugal tuvo recompensa. A sus dificultades en el primer tiempo añadió un síndrome de ansiedad que le complicó el juego. Sin embargo, no hubo equipo más generoso, más entregado a la causa de la victoria, con más carácter en la adversidad, que comenzó muy pronto, por obra de Owen, resucitado.

Owen salió del armario, o donde quiera que haya habitado en los últimos tiempos, y estuvo a punto de ganar el partido. Pero Inglaterra no se atrevió a hacerlo. Dio señales de su considerable potencial en los primeros minutos, pero le salió un alma miserable en el segundo tiempo. Dedicó todo su esfuerzo a defenderse sin rubor, un absurdo en la selección más versátil del campeonato y quizá con más registros en su juego de ataque. Se perdió de vista a gente como Lampard, Gerrard y Scholes, jugadores generosos, con una indiscutible vocación por el fútbol de ataque. Cuando Eriksson retiró a Scholes y le sustituyó por Phil Neville, mediocre lateral reconvertido en mediocre centrocampista, quedaron claras las prioridades del afamado seleccionador inglés. Si esa decisión la toma Sáez, por ejemplo, no puede salir a la calle.

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Portugal empató muy tarde, después de atravesar graves fases de angustia. Empató por insistencia y porque Inglaterra se lo concedió. El tanto de Postiga, un cabezazo sencillo, expuso algunas debilidades de los defensas ingleses, menos fiables de lo que acostumbran los centrales británicos en el juego aéreo. Terry hizo mutis en el centro y el portero James estiró un brazo artrítico. El gol penalizó las miserias de un equipo desaprovechado.

Fue un partido de picos y valles, siempre sostenido por una emoción incontenible. Por este lado, el duelo resultó grandioso. Portugal reaccionó con carácter al tanto de Owen, que se marcó un sorprendente remate tras el error de Costinha. En esa jugada Owen se pareció a otro Owen, el que irrumpió en el gran fútbol hace seis años, en el Mundial de Francia. Pero últimamente no había noticias del delantero inglés, aplastado por el joven Rooney. Aunque Portugal reaccionó con vigor, sus defensas sintieron el impacto del gol. No salieron de la perplejidad hasta el segundo tiempo, cuando se hizo evidente que los ingleses no tenían intención alguna de aparecer por el área portuguesa. A Owen le dio un ataque de hiperactividad y participó en las mejores jugadas de la selección inglesa. Rooney no le acompañó. No pudo hacerlo. Se lesionó muy pronto y fue sustituido por Vasell. Ese instante fue decisivo en el desarrollo del encuentro. El optimismo de Rooney había prendido en Inglaterra -en la nación y en el equipo-, con un efecto expansivo que se quebró en el momento de la sustitución. El equipo plegó velas y se retiró a las trincheras.

El juego portugués tuvo un aire nervioso, pero decidido. Cuando menos pareció un equipo adulto, de jugadores capaces de enfrentarse a los problemas. No fue la noche de Figo, ni de Deco. A Figo le sustituyó Postiga en el segundo tiempo y se marchó del campo con gesto contrariado. Era su partido, delante de su gente, frente a Inglaterra nada menos. A Scolari le importó poco. Sin ofrecer nada especialmente reseñable, Figo tuvo el mérito de la persistencia. Su coraje se hizo necesario para Portugal en el primer tiempo, de la misma manera que contaron la velocidad de Cristiano Ronaldo y la potencia de Miguel. Scholes, exiliado en la banda izquierda, sufrió numerosos problemas, aunque el fenomenal Ashley Cole apagó todos los fuegos. Su duelo con Cristiano Ronaldo fue memorable. El extremo portugués arrancó con mucho estilo, pero Cole le tomó la matrícula y no le concedió un regate.

Al obstinado ataque de Portugal le faltó remate y un punto de barroquismo que está en el alma de algunos de sus jugadores. La mayoría de las jugadas se cerraban en un embudo, problema gravísimo que aumentó la ansiedad del equipo. La única ventaja de Portugal era la renuncia de los ingleses a cualquier intento de amenaza. Se olvidaron de Owen clamorosamente. El ingreso de Phil Neville por Scholes evitó cualquier duda al respecto. Por el camino, Scolari comenzó a tomar decisiones de riesgo. Retiró a Costinha, quitó a Figo, mientras ingresaban Simao, Postiga y Rui Costa. Si es por el protagonismo en los goles, el técnico clavó los cambios. Postiga, adiestrado en el Tottenham, se anticipó a los defensas ingleses en el gol del empate. Rui Costa se descolgó con una jugada maravillosa en el segundo tanto, cuando los dos equipos comenzaban a arrastrar la fatiga de la prórroga. Rui Costa llegó muy discutido al campeonato. Pero ese gol le reivindica absolutamente a los ojos de la gente. Se adentró en campo inglés, amagó, se perfiló y lanzó un derechazo impresionante que superó a James. Sin embargo, no fue el gol de la victoria. Inglaterra, que había marcado en el primer minuto, anotó en el último. Lampard añadió más motivos para pensar que es temible en el área. Su gol llevó el encuentro a la rueda de penaltis. En medio de emociones casi incontrolables, Beckham falló su segundo penalti y se aseguró una pésima factura en Inglaterra, eliminada del campeonato con un equipo que prometía grandes cosas y pagó las discutibles decisiones de su entrenador, un hombre de fama que en Lisboa hizo poco por merecerla.

Beckham lanza el primer penalti de Inglaterra
Beckham lanza el primer penalti de InglaterraAP
Gary Neville despeja en presencia de Cristiano Ronaldo.
Gary Neville despeja en presencia de Cristiano Ronaldo.EFE

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