_
_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Fado final

Me río tristemente al pensar que este artículo lo esbocé el sábado, un día antes del nuevo fracaso de la selección española de fútbol. En lo único que erré fue en el modo, pues pensaba en un penalti injusto, en el último cuarto de hora del partido, con la UEFA muy preocupada por la eliminación del cuadro local. Imaginé un árbitro obediente y una caída teatral de Figo, dudosamente causada por ese defensa modestísimo llamado Raúl Bravo. Y vuelvo a lo que escribí el sábado, aunque en realidad estoy escribiendo esto desde que era niño, que ya son cuarenta años de furia y de vacío. Vuelvo al sábado, a sus anticipadas jeremiadas. A sus temores en víspera de ser cumplidos. Ratificados ahora, en este lunes radiante de frustración. Y hay que decir que todo tiene un límite, y que aunque el fútbol es un asunto muy secundario, las decepciones, el pánico, la incompetencia, y el ser de los malos (que ése es el problema) acaban por aburrir. Uno se hastía de perder, y la selección española de fútbol ha agotado todos los estadios de la nadería en todos los estadios de Occidente. Se terminó esto, hay que buscar soluciones. Porque cuarenta años de hambruna sólo abonan otros cuarenta años de lo mismo. Y porque, aunque venga un éxito (no sé cuándo) estará tan lastrado de ruina previa que parecerá una limosna. O un ridículo desahogo. Y es por ahí donde empiezo a estar de acuerdo, en parte, con Pasqual Maragall. De acuerdo con las selecciones autonómicas, pero a cambio de que representen a todo el estado. Abogo porque sea Cataluña la que inicie la ronda. Hagan los catalanes su selección (y eso que los mimbres se antojan humildes), juegue en nombre de España por ahí, y todos detrás de ella. Luego será el turno de los vascos y seguro que lo hacen mejor que los que sucumbieron en el campo de Alvalade. De momento, y mientras eso llega, me paso a Portugal. A fin de cuentas me siento tan ibérico como español, tan tinerfeño como de las Azores (sin foto). Y, por eso, en realidad, también gané el domingo: soy de Cristiano Ronaldo. ¡A por ellos, hermanos atlánticos! Con Fernando Pessoa y Lobo Antunes.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_