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Columna
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Cerdo

Miquel Alberola

Uno de los pocos puntos en los que el islam y el judaísmo se dan la mano es en la repulsión hacia el cerdo. Nada les une más que la repugnancia hacia ese animal que, desde el punto de vista zoológico, no es mejor ni peor que el resto. También una parte residual del cristianismo estuvo ahí en sus orígenes, puesto que en lo sustancial todo monoteísmo es un calco del otro. La aversión al cerdo primero fue un asunto místico, luego se convirtió en cultural y ahora, respecto a occidente, es una credencial identitaria, diferencial. Según el libro Levítico fue el mismo Dios quien dio instrucciones precisas a través de Moisés y Aarón de que los hijos de Israel sólo podían comer rumiantes con la pezuña partida, pero no aquellos animales que no compartiesen estos dos rasgos, aunque hay algunos parientes silvestres del cerdo, como la babirusa, que cumplen ambos requisitos. A partir de esa confusa generalidad, que fue repetida después por Alá a Mahoma, la literatura sobre el tabú del cerdo ha sido profusa. Su criminalización ha sido tan militante que incluso algunos dogmáticos islamistas y judaístas han pretendido darle una fruncida justificación científica que se puede simplificar así: quien come carne de cerdo sufre toda clase de infecciones y procesos que degeneran en fatales enfermedades. Como si otros animales (el cordero, la vaca) no las transmitieran. Sin embargo, el cerdo ha hecho más por el progreso del hombre que todas las ortodoxias juntas. Desde el neolítico, son muchas la familias que han logrado no morir de hambre gracias al cerdo, incluso han podido progresar por la economía que generaba su excedente. Es muy probable que con la cría familiar de cerdos la historia de Oriente Próximo no hubiese sido la misma. Aunque, sin hambre ni desasosiego, tampoco el islam sería lo que es. Con el tiempo, muchos judíos, con la perspectiva de haber vivido en el resto del mundo, han superado ese complejo remoto y ahora con su tenacidad han logrado que el Tribunal Supremo de Israel, con la inevitable indignación de los ortodoxos, levante la prohibición de vender carne porcina. El cerdo se impone como una conquista de la laicidad. Ahora se puede decir que ha empezado el humanismo en Oriente Próximo.

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Sobre la firma

Miquel Alberola
Forma parte de la redacción de EL PAÍS desde 1995, en la que, entre otros cometidos, ha sido corresponsal en el Congreso de los Diputados, el Senado y la Casa del Rey en los años de congestión institucional y moción de censura. Fue delegado del periódico en la Comunidad Valenciana y, antes, subdirector del semanario El Temps.

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