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Ganadores y perdedores

La previsión resultaba tan fácil que no representa mérito alguno, pero lo cierto es que, según se apuntaba aquí mismo el pasado viernes, los grandes triunfadores en la circunscripción española del escrutinio europeo del domingo 13 de junio han sido, por una parte, el hastío y la fatiga de un cuerpo electoral con sobredosis de campañas y de emociones políticas, y por otra, una lógica estatalista derivada de la sorpresa del 14 de marzo. Es decir, que una porción mayoritaria del censo no se acercó a las urnas por cansancio o desinterés, y dentro de la minoría que sí lo hizo predominaron largamente aquellos electores especialmente motivados: los votantes socialistas deseosos de revalidar y fortalecer la reciente victoria de Rodríguez Zapatero, y los votantes de la derecha impacientes por desagraviar a su liderazgo de la -según ellos- injusta derrota en las generales. Frente a ese doble estímulo que movilizó a los adeptos más incondicionales del PSOE y el PP, ni Izquierda Unida ni las diversas coaliciones nacionalistas podían exhibir un cebo equiparable, y así les ha ido: mientras que en 1999 tales fuerzas recogían el 19,4% del voto emitido y el 20% de los escaños en juego (13 sobre 64), ahora han debido contentarse con el 13,1% de los sufragios y el 9% de los diputados (5 sobre 54). La abstención, pues, ha sido selectiva.

El PSC ha pasado a ser la formación política democrática más poderosa de Cataluña

Aplicada a Cataluña, esta reflexión general ayuda a evaluar en sus justos términos el tan jaleado sorpasso del Partido Popular sobre Convergència i Unió por dos o tres décimas de punto. Es lógico que los portavoces del PP describan el ajustado adelantamiento como una hazaña y un hito, pero creo que nadie en su sano juicio puede considerar los resultados del domingo más representativos que los de marzo o noviembre pasados; y, en esos comicios, los populares catalanes quedaron entre 5 y 19 puntos por debajo de CiU. Nada induce a pensar que los últimos meses hayan alterado, en la realidad sociológica del país, dicha correlación de fuerzas. Y tampoco cabe imaginar que la sorpresiva reaparición de Vidal-Quadras -ese regalo envenenado para Josep Piqué- incrementase el atractivo del PP en los antiguos caladeros convergentes; lo que don Alejo hizo fue galvanizar y movilizar a los leales de siempre, incluso a los más refractarios ante el catalanismo de Piqué, y, en la específica coyuntura de este mes de junio, ello ha bastado para alcanzar el segundo puesto.

A Convergència i Unió, el 13-J europeo la pilló en la peor posición y en el peor momento: estar lamiéndose las heridas no predispone demasiado a militantes y simpatizantes para llenar mítines ni para acudir a las urnas, menos todavía si lo que está en juego es algo tan lejano como un hemiciclo en Bruselas. En todo caso, el descalabro no admite paliativos y es el reflejo de una crisis de fondo: eclipse del hiperliderazgo fundacional, perplejidad táctica y estratégica, pérdida no sólo del poder, sino de ese aura que el poder da y que tan valiosa resulta ante el electorado... Para fortuna de Maragall y del tripartito, la federación tendrá que concentrar sus energías, a lo largo de la presente legislatura, más en la refacción interna que en la tarea opositora.

Sin embargo, lo que se retrajo el domingo pasado no fue sólo el voto convergente, sino el electorado nacionalista en general. Claro que, si comparamos sus resultados con los de las europeas de 1999, Esquerra Republicana ha subido desde el 6% hasta casi el 12%. Pero, en el marco del ciclo político-electoral 2003-2004, este último porcentaje quiebra a la baja en cuatro o cinco puntos la tendencia alcista del partido republicano en Cataluña, mientras que en Baleares (2,9%) y en la Comunidad Valenciana (0,9%) los registros permanecen testimoniales. Es decir, haber conservado -en condominio con Eusko Alkartasuna y, ahora, con la Chunta Aragonesista- el eurodiputado que ya poseían durante el quinquenio anterior está lejos de corresponderse con los espectaculares incrementos de representación (de 12 a 23 escaños en el Parlamento catalán, de 1 a 8 en el Congreso español) que Esquerra cosechó a lo largo del último semestre. E imputar el magro resultado a las críticas de Convergència no resulta un argumento muy convincente.

Si a todo ello le añadimos que, de haberse presentado otra vez al margen de Izquierda Unida como lo hizo en 1999, Iniciativa hubiese vuelto a quedarse sin representante europeo (sus 150.000 votos catalanes no bastaban para darle el escaño), deberemos concluir que en Cataluña el único ganador irrefutable y rotundo del 13-J ha sido el Partit dels Socialistes con su espectacular 42,7% de los sufragios, 25 puntos por delante del segundo clasificado. Gracias a una prodigiosa concatenación de carambolas, aciertos y sorpresas, aquella formación política que el pasado 17 de noviembre parecía marcada por el estigma del fracaso acumula, siete meses después, los éxitos y las parcelas de poder institucional -el municipal que ha tenido siempre, con la Diputación de Barcelona como broche, más el autonómico, más el de representar aquí al Gobierno central...- hasta formar un único e inmenso latifundio.

Aunque las noches electorales victoriosas son propensas al exceso de euforia, el presidente Pasqual Maragall se quedó corto, el domingo, cuando describió al PSC como "el partido más importante de Cataluña desde la Guerra Civil": yo creo que se ha convertido en la formación política democrática más poderosa de la Cataluña contemporánea. Es un hecho sobre el que deberían reflexionar tanto sus adversarios como sus aliados.

Joan B. Culla i Clarà es historiador.

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