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Columna
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¿Quiénes somos?

¿A quién se le ha ocurrido la brillante idea de hacer coincidir las elecciones europeas con el inicio de la Eurocopa? El domingo fue el día del partido que enfrentó a las selecciones de Francia e Inglaterra: la grandeur continental contra la Albión pérfida e insular; la república laica contra la monarquía ex imperial; la excepcionalidad cultural y política contra el abrazo de las Azores; la irreductible aldea gala frente al anglosajonismo global. Europeíto que vienes al mundo, te guarde Dios; una de las dos Europas ha de helarte el corazón. Sí, un poco antes, también jugaron Croacia y Suiza, dos países que, como todo el mundo sabe, no son europeos: uno, Suiza, porque no quiere; el otro, Croacia, porque... ¿dónde diablos está Croacia? ¿Y Rusia? Sí, Rusia juega la Eurocopa, aunque no pertenezca a la Unión Europea. Es lo que ocurre con la política: que no tiene nada que ver con el fútbol, digo con la vida.

La fiesta de la unidad europea coincidiendo en el tiempo con la apoteosis de las calenturas tribales. Cosmopolitismo y hooliganismo unidos en el tiempo y el espacio por mor de la contraprogramación futbolera. ¿O ha sido por la imprevisión de la burocracia de Bruselas? Principeasturiamos a Claudio Magris como paradigma del ser europeo ("A la Europa de después de Maastricht le hace falta la conciencia y la defensa del principio del valor, de esa exigencia de valores universales que constituye, desde hace más de dos milenios, la esencia de la civilización europea"), pero lo que en realidad nos estremece es el recuerdo de aquel gol de Marcelino en 1964 (o el de Platini en 1984, o el de...). ¿Qué es sólo fútbol? Que se lo digan a quienes reivindican selecciones nacionales no estatales, o a quienes niegan esta reivindicación. Aunque si, al final, la Eurocopa tuviera que jugarse entre las selecciones nacionales de las no-estados, pero sí libremente asociadas Galicia, Euskadi y Cataluña, no sé qué pasaría.

El caso es que mientras en Europa, sobrados como andamos de conciencia unitaria, nos dedicamos a soliviantar las pasiones nacionales, en Estados Unidos se interrogan agónicamente por los desafíos a la identidad estadounidense. ¿Quiénes somos?, se pregunta Samuel P. Huntington en su más reciente libro. "Pudiera ser que lo realmente sorprendente fuese que Estados Unidos siguiera siendo en 2025 el país que era en 2000 en vez de un país (o de una serie de países) muy diferente con una serie de concepciones de sí mismo y de su identidad muy distintas de las que tenía un cuarto de siglo antes". Ésta es su gran preocupación: que los otrora Estados Unidos puedan llegar a transformarse, realmente, en lo que su engañosa denominación parece dar a entender: una serie de Estados nación independientes vinculados entre sí (o no) en función de acuerdos meramente instrumentales, al modo de una confederación de Estados libremente asociados. Lo cierto es que desde fuera uno no acierta a ver razón para este temor. Al contrario, todo parece indicar que el nacionalismo norteamericano goza de una excelente salud, aunque muchas regiones del planeta sufran su fe militante en el Manifest Destiny como una devastadora enfermedad. Sin embargo, la América neoconservadora se angustia por la amenaza que para su identidad nacional suponen la doctrina del multiculturalismo, la tendencia de los inmigrantes a desarrollar lealtades nacionales duales, el peso creciente de la cultura hispana y el cosmopolitismo de las élites. El debate está servido.

Pero, como decía, la identidad europea está clara y firmemente asentada. Podemos tomarnos un respiro. Saquemos a pasear los colores nacionales, vibremos con las glorias patrias. Y así el 4 de julio en Lisboa sabremos quién ha sido la nación que ha derrotado a todas las demás. El 4 de julio, sentados ante la televisión, presenciaremos la gran final de la Eurocopa. El mismo día, por cierto, en que Estados Unidos celebra su fiesta nacional.

Por el momento, el resultado es ya conocido: Francia, 2; Inglaterra, 1. ¡Huy, perdón! Un escaso 46% de participación.

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