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Columna
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Sobriedad

Cuando la Humanidad vivía en la naturaleza, dedicada mayoritariamente a la agricultura y similares, los cambios de estación no sólo traían consigo cambios de orden práctico, sino también de ánimo. Conscientes de ellos, desde tiempo inmemorial las religiones han hecho coincidir el almanaque con celebraciones piadosas principales, adecuadas a la ocasión por su ritual y contenido. Así, en el cristianismo, el ciclo navideño se corresponde con el solsticio de invierno y siempre fue propicio al recogimiento en compañía de los seres queridos, al obsequio afectuoso, al balance del año que se va y a una sobria reflexión sobre la fugacidad del tiempo. En el extremo opuesto, por el solsticio de verano cabalgan las fiestas de San Juan Bautista y de San Pedro, dos santos fundacionales donde los haya. Ahí los días son ardientes, las noches son breves y cálidas, los campos rebosan y el hombre se estremece y enciende hogueras y se apresta a cometer alegres y a veces fértiles desafueros.

Todo esto, claro está, pasaba antes. Hoy la tecnología y la globalización han laminado estos instantes de fusión entre el cuerpo y el alma, entre la realidad y el deseo. No todo el mundo, pero sí los pocos que marcan la pauta se van a climas cálidos en temporada de invierno y a las antípodas en verano, y si se quedan en casa, o esquían o se pasan el día en la piscina o se visitan sin cesar, y de este modo el tiempo se les va sin pensar ni sentir.

Por fortuna, la sociedad civil ha creado un sustituto al que ningún adulto puede sustraerse. La declaración de renta es el último momento de genuina intimidad que nos ofrece el prosaico mundo en que vivimos. Durante varias horas, a veces días, a solas o en compañía de un austero gestor, contemplamos con estupefacción el resumen de un año de trabajos y afanes, proyectos y descarríos, aciertos y errores, éxitos y fracasos; y lo que en fin de cuentas hemos de pagar por ello. Y hasta el más obtuso, al ver su vida reducida a un guarismo escueto e implacable, alza los ojos y no puede por menos de decir: me cago en la leche. Pero pronto la sobriedad se le impone de nuevo y comprende que no sólo es una partícula elemental de un complejo aparato financiero, sino el más acabado producto de la Ilustración.

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