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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El 14-M, revalidado

Pese a la elevada y preocupante abstención -la más alta de la actual etapa democrática-, la victoria socialista del 14-M quedó revalidada ayer en las elecciones al Parlamento Europeo. Han fracasado así los esfuerzos del PP por deslegitimar en las europeas los resultados de las generales. Tratar de transformar estos comicios en una especie de segunda vuelta de las generales que se celebraron a la sombra del terrible atentado de Madrid era, en sí mismo, absurdo. Es hora de que la vida política y la confrontación entre los dos grandes partidos nacionales entre en una nueva fase de normalidad para una legislatura en principio estable para Rodríguez Zapatero y su Gobierno. Pero debe ser preocupación de todos el desapego de los ciudadanos hacia unas instituciones europeas que deciden sobre casi todos los aspectos de nuestras vidas.

Nadie podrá decir que ha funcionado ningún voto del miedo. Tampoco se puede negar que los primeros pasos de Zapatero, especialmente el regreso de las tropas de Irak, se han visto refrendados en estos resultados. Los socialistas se han visto favorecidos por la ola que se manifestó el 14-M, y por un PP que no ha sabido movilizar a sus seguidores. Pero el Gobierno no puede dormirse en estos laureles, desteñidos por la tasa de abstención. Los socialistas tampoco han logrado arrastrar a todos esos electores que protagonizaron el vuelco del 14-M. El hecho de que las elecciones europeas se hayan celebrado en solitario, sin el acompañamiento habitual de las municipales y autonómicas, explica en parte esta abstención. Pero la jornada de ayer refleja también una cierta fatiga electoral de una ciudadanía que ha tenido que acudir a las urnas tres veces en lo que va de año (cuatro, en el caso de Madrid y Cataluña).

El candidato del PP, Jaime Mayor Oreja, ha demostrado tener menos tirón que el socialista José Borrell.Pero la derrota del PP no ha sido ni mucho menos humillante. Los populares han estrechado la distancia porcentual de las generales respecto a los socialistas y se mantienen como una fuerza notable, no sólo en sus feudos tradicionales. Recuperan terreno en Cataluña, donde alcanzan a CiU, cuyo descalabro sólo queda salvado por el buen resultado general de su coalición con el PNV y el BNG.

El Gobierno de Zapatero tendrá frente a sí una oposición popular robusta, lo cual será positivo y constructivo, especialmente si el PP concluye sus reflexiones sobre qué tipo de partido quiere ser en la oposición y para recuperar sus opciones de poder. Su mayor error sería una recaída en el estilo y la política de Aznar. Pese a la abstención, se respira una cierta satisfacción general que debería servir para liquidar la estrategia de la tensión y recuperar una normalidad democrática. Corresponde a los socialistas asentarla cumpliendo con su promesa de neutralizar la televisión gubernamental, y al PP con un cambio interno, de talante y de políticas, que debería plasmarse en su congreso a la vuelta del verano. En cuanto a Izquierda Unida, prosigue su declive.

Poco se ha hablado de Europa en estas elecciones en las que por primera vez han participado 25 países. En esa línea, la lectura de las urnas se hace más en clave nacional que en función de los nuevos equilibrios políticos en la Eurocámara. No sólo ha habido un efecto Irak en contra de los Gobiernos que han apoyado la guerra, como en el caso de Blair, Berlusconi o Durâo Barroso. El voto de castigo ha sido mucho más amplio.

Schröder y Chirac se opusieron a la guerra y ello no les ha salvado de sufrir un enorme varapalo. Los sociademócratas alemanes se han visto doblados en votos por la oposición democristiana. Y en Francia ha ocurrido lo contrario: es el partido conservador de la Mayoría Presidencial el que se ha visto superado por la ola en favor de los socialistas. En general, la participación ha sido baja en los países de la Europa de los Quince, pero tampoco los nuevos miembros, con la gran excepción de la pequeña Malta, han demostrado en las urnas un entusiasmo europeísta. Afortunadamente, el anunciado crecimiento de la extrema derecha parece haber sido limitado: en Austria el partido de Haider ha sufrido una bienvenida derrota, y sólo en las regionales en Flandes ha crecido de forma preocupante el Vlaams Blok. En este concurso de apatía europea, España no sale tan mal parada.

Cabe esperar ahora que el efecto de estos resultados no sea lastrar la acción de los mandatarios europeos que van a cerrar la Constitución esta misma semana. El resultado de estas elecciones indica que el problema no está sólo en Bruselas, sino en cada uno de los países miembros. Pero sería importante que los primeros ministros no los tradujeran en rebajas para el Tratado Constitucional, y que pensaran en cambio en acercarlo a los ciudadanos.

Frente a la abstención y al desinterés, y en unas circunstancias internacionales críticas, la UE no sólo no se puede permitir un nuevo fracaso en su proceso constituyente, sino que debe elegir a los más capacitados y animosos para llevar las riendas de las instituciones comunitarias en los próximos años. Lo sucedido ayer refleja claramente que el proyecto europeo no ha sido suficientemente explicado a los ciudadanos, que siguen viendo las instituciones de Bruselas como entes lejanos, aunque sus decisiones nos afectan cada vez más. No conviene equivocarse en el diagnóstico de lo que pasó ayer en casi toda Europa: es un fracaso de Europa, un fracaso de todos.

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