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FUERA DE CASA
Columna
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Europeos

Frente a los españoles vencedores, orgullosos, arrogantes, aislados y patrioteros estaban los españoles perdedores, humildes, modestos, abiertos y europeos. Unos habían ganado una guerra civil; los otros, los que perdieron, estaban ganando otra guerra, la mundial. Desembarcaron en Normandía, tomaron París y se confundieron, se mezclaron, con los europeos, con los americanos, en tiempos de una guerra que, esa sí, pareció necesaria. En esta semana europea, marcada por recuerdos para aquellos españoles que construyeron la Europa. Uno de esos recuperados, el espía español que engañó a los nazis, Juan Pujol, Garbo, apasionante biografía de un topo que sale a la luz de los libros.

Otro topo recorre Europa, Richard A. Clarke, el que fuera máximo responsable de la seguridad con los últimos Gobiernos de la Casa Blanca, sale de su agujero y se deja ver por el país que más claramente ha dicho no a la guerra. Habla claro, y en el Madrid preelectoral, asegura que hay desatino, irreflexión, error y mentira en la guerra de Bush y los suyos. Ellos han conseguido que vivamos en un mundo más inseguro. Menos mal que nos quedan los votos. Nos queda la palabra, más allá de los debates.

La palabra en verso, en canción, en oración civil. Como esa que un día escribió Luis García Montero, que puso música Raúl Alcocer y que nos canta Miguel Ríos, así que le pasen sesenta años. Oración que muchos rezamos la noche en que nuestro primer rockuero nos invitó a su cumpleaños cantando. Miguel, niño de posguerra, adolescente que vino del sur, el falso viejo, el joven que se sigue pareciendo a aquél que hace más de cuarenta años se bajó con una maleta de cartón en la estación de Atocha. Miguel, que se parece todavía a un adolescente que se escapaba en tren de su ciudad, que se entristecía con las despedidas de su madre, con aquellos adioses de tristeza en los ojos y sonrisa en el semblante. El mismo chaval que empezó en el Circo Price, que inventó el rock hispánico con una canción de Pino Donaggio, el mismo que no sabe dejar de ser un gran tipo. Un compadre en el escenario capaz de ponernos a cantar como si no hubieran pasado tantos años. Fue un lunes, uno de esos que se disfrazan de domingo. Palabra de poeta. El mismo Luis García Montero, que por celebrar con su amigo Miguel, espantando las vergüenzas se tiró al escenario y demostró cómo ser rapero sin abandonar sus verdades poéticas y las otras. También eso debe ser la experiencia. Una rara generosidad, un poema como una promesa: "porque renunciéis a vuestra guerra, yo renuncio a mis dudas". Nos gusta, nos emociona, aunque sigamos sin ser capaces de renunciar a nuestras dudas. No importa, nos gusta cantarlo en esas raras noches de comunión civil.

De otra Europa, en otros tiempos vinieron los Loewe. Una familia que desde hace muchas décadas son tan madrileños, tanto como las cervezas y los cerveceros Mahou. Europeos que son paisaje de la ciudad. Aunque la ciudad de Loewe haya sido una ciudad de escaparates caros, de turistas ricos y japoneses con prisas. También eso es Madrid, una historia alemana que se españoliza y termina siendo comprada por los franceses. Una manera de ser europeos. Esa casa, esos cueros, esas modas necesitaban ir más allá de sus clasicismos. Hace ya unos años que Enrique Loewe decidió patrocinar uno de los grandes premios de nuestra última poesía. Un acierto, consiguió sentar a aristócratas con poetas puros, impuros, dandis o empleados en basureros. No es poco. Y ahora, para sorpresa de sus clásicos, y por el camino francés, los de Loewe han llegado hasta Óscar Mariné. Es decir, hasta el más ecléctico de nuestros diseñadores. Un moderno sin esfuerzos, que desde hace tiempo sabe cambiar la imagen de nuestros consumos placenteros, ya sea una vodka, la sierra de Aracena o una película de Almodóvar. Se acaba de presentar en su estudio, en la que fuera casa del General Prim, con Carmen Valiño de embajadora -otra madrileña y europea por vía del champagne- en compañía de la plana mayor de los periodistas fashion y con manjares casi invisibles de comida minimalista, su reinterpretación de una marca. Revolución suave en la burguesía nacional, europeización de la imagen de la mujer española. En manos de Mariné las burguesas a la española pierden su casticismo. Algo parecido a lo que hiciera Penagos con aquellas sus chicas. Las modernas de antaño.

Lo moderno, lo europeo, ya estaba entre nosotros. Me lo recuerda el europeo Luis Antonio de Villena, al que encuentro mirando pasar la tarde desde una caseta de la Feria del Libro. Entre sus muchos poemas, novelas o ensayos hay uno que me divierte especialmente, un retrato/biografía de un olvidado y peculiar moderno, de "el novelista más guapo del mundo", Álvaro Retama. Fue Retama un pecador, frívolo, libertino y autor de novelas eróticas de enorme éxito en su tiempo. Triunfador con canciones para nuestras estrellas sicalípticas, algunas de letras tan recordadas como aquellos pícaros cuplés, El Polichinela, Las tardes del Ritz o El batallón de modistillas. El europeo Villena, un Wilde de los Cuatro Caminos, a pesar de sus méritos, sus libros y su divertida charla, no tiene mucho que firmar en estas tardes sin Ritz. Las firmas, las colas, no están en su mostrador, casi todas están en la otra orilla, allí dónde firma María Teresa Campos. Hablando de diablos madrileños no se pierdan a uno de los autores que menos libros firmará en esta Feria que termina en un día tan europeo, Eloy Tizón, con su lentitud en aquellos jardines, tiene en venta pública una excelente novela con diablo moderno, madrileño y europeo, perfecta para ser leída en el metro.

También la semana premió a dos de nuestros mejores europeos. José Manuel Caballero Bonald, elegante que vota a la izquierda, republicano querido por poéticas reinas, descendiente de afrancesados, de nobles que supieron vivir y tumbarse entre las ruinas de su inteligencia. Eran tiempos de dormir sin tener la televisión como autoayuda. Como ha dormido hasta ahora Emilio Lledó, otro europeo de Sevilla que pasa los días con sus noches viendo y leyendo sobre televisión. Eso le pasa por sabio. Que se vaya, en compañía de sus sabios, a esa casa rural de Aldán, premio Europa Nostra. En la misma casa donde dormía, o lo que fuera, en sus noches de chapapote la periodista Letizia. Un delicioso lugar para descansar al lado de las piedras, las playas y los salazones que disfrutaron aquellos europeos que hicieron nuestros caminos.

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