Aislados en una torre de Babel
Los francófonos de la selección suiza se quejan de que no entienden las instrucciones en alemán
En Suiza se habla alemán, francés, italiano y los dialécticos réticos, residuales, derivados del latín y piezas de la arqueología lingüistica. En el vestuario de la selección helvética la cosa se simplifica: sólo se habla alemán y francés. Pero con un pequeño incoveniente: los jugadores no se entienden entre ellos. "Parece una tontería, pero es incómodo no comprenderse y, además, el equipo sale perjudicado", reveló Henchoz en vísperas del debut, hoy, ante Croacia . "Es muy complicado formar una selección así", insistió el defensa del Liverpool; "la mejor manera es mantener separados a los que hablan francés", concluyó sorprendiendo a la concurrencia que atendía a sus palabras; en francés, por cierto.
Henchoz, defensa del Liverpool: "Lo que acaba pasando es que no nos mezclamos"
"Lo que acaba pasando es que no nos mezclamos", había matizado Henchoz. La mayoría de los jugadores son germanoparlantes. Una ecuación lógica si se tiene en cuenta que el 65% de los habitantes del país lo es. La solución que han encontrado como más sencilla es hablar alemán. "A veces alguien se lo traduce al francés a los que no lo entienden", concede con indiferencia Cabañas, centrocampista natural de Zúrich (1979), pero hijo de inmigrantes españoles. "Los suizos somos así, muy variados lingüisticamente. Es una de las características del país", dice Cabañas desde la seguridad de saberse parte de la mayoría. El técnico, Jakob, Kubi, Kuhn, tiene como lengua materna el alemán y en ese idioma es en el que se dirige a los jugadores ante la pizarra. "La mayoría de ellos lo entiende", se excusa. "Casi todos sabemos los dos idiomas porque son obligatorios en la escuela", apunta Cabañas.
En el terreno de juego cada cual da las instrucciones al compañero en el lenguaje que le sale de manera espontánea, "sobre todo los gritos y las broncas", bromea Cabañas. Una divergencia lingüistica que ha marginado a los francófonos, entre los que se cuentan el central Celestini o el más veterano del grupo, el delantero Chapuisat. "Estamos acostumbrados a cambiar de registro y no pasa nada", minimiza Cabañas, que consideró las palabras de Henchoz como "una broma".
Desde luego, Cabañas no tiene ninguna dificultad para hablar con ninguno de sus compañeros ni casi de sus rivales: sabe español, italiano, inglés, francés y alemán. "Me podría ganar la vida de traductor cuando me retire, desde luego", certifica.
El medio suizo -que no podrá debutar hoy por estar sancionado, pero que recuperará la titularidad en el choque contra Inglaterra del próximo jueves- conservó su pasaporte español hasta los 18 años. En el momento de cumplir la mayoría de edad decidió ser suizo y renunciar a la nacionalidad española: "Los inmigrantes de segunda generación tenemos las raíces en el país de acogida".
Sus padres, nacidos en A Coruña, decidieron escapar de "la misería que se vivía entonces en España" e instalarse en Zúrich. Su padre empezó a trabajar en una fábrica de automóviles y la familia se instaló en un barrio "con muchísimos inmigrantes". Cabañas ingresó en un club modesto llamado Juventus de Zúrich, "un equipo lleno de gente de otros países, sobre todo italianos y españoles, para que los chavales estuviéramos haciendo deporte en vez de estar en la calle". Después le fichó el Grasshoppers.
Cabañas cuenta sorprendido que la mayoría de los españoles que residen en Suiza siguen viviendo "como si nunca hubiesen salido de su país". Su padre sigue sintonizando Radio Exterior de España y su madre preparando pote gallego, tortilla, caldo y mariscos. "¡Es rarísimo que alguien prepare marisco en Zúrich!", exclama Cabañas. Al tiempo que el centrocampista debutaba en la selección sub 21 y encarrilaba su carrera como futbolista, su padre prosperó y ahora posee su propio taller de chapistería.
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