_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Abolir el Estado social

Días pasados, dos altos representantes de la (floreciente) banca española coincidieron en darle pábulo a una tesis que ya encuentra eco en algunas esferas europeas: Hay que desmontar el Estado social. Hasta el presidente de la patronal, José María Cuevas, echó mano al freno y dijo que bastarían algunas reformas. El señor Cuevas no es precisamente un ardiente paladín del Estado de bienestar, esa criatura que en España es más robusta que allí donde no existe, pero cuya fortaleza está lejos de poder medirse con la de los países europeos en que es posible hallar modalidades de trabajo tan subversivas como la jornada a tiempo parcial.

Desmontar. Pero no es posible abolir de golpe todos los servicios sociales, pues aun suponiendo que la gente no se echaría a la calle, no sólo sufrirían los tirios, sino también los troyanos. Si hemos de pagar la consulta del médico, la escuela de los niños, la comida del abuelo y un largo etcétera, los bancos no sabrían qué hacer con tantas viviendas hipotecadas, con tantos préstamos fallidos, con tantas peticiones de reembolso. En realidad, tendrían que echar el cierre; y con ellos, el país entero. Los gastos sociales son "la articulación entre la política económica y la social" y "una inversión para la economía". Son palabras de Martine Aubry, pero escogidas al azar, pues esta gran experta (y gran dama) no ha descubierto tal pólvora. El mismísimo Adam Smith algo de eso ya se barruntaba. Desmonten cortando de aquí, luego de allá y cuando ya hayan cortado de todo el vestido, inicien una nueva ronda de recortes y luego otra, hasta que el ropaje quede hecho jirones. Lo habrán desmontado. A lo mejor, de este modo no se entera nadie. Cráneos privilegiados. Pero siempre nos quedará Cuevas para detener la tijera. Sin olvidar a Caldera, si bien no conocemos a fondo las relaciones de poder. ¿Misterio?

En este curioso país, que no país curioso, surgen ya a la luz del día banqueros, empresarios y políticos devotos del modelo socioeconómico llamado neoliberal, cuando no liberal a secas, que es como debería ser llamado siempre; pues a la postre, descendiente es de intelectuales economistas que le dieron su ethos al capitalismo maduro. No hay tal neo sino mera evolución de la criatura. Cuando el niño Tom se hace adulto, no es un neoTom, sino Tom crecido. Evolución estimulada por agentes externos que miren por dónde han contribuido al avance y estabilidad de lo que en este caso llamaremos el sistema, o sea, el liberalismo económico. "Vosotros nos concedéis esto y nosotros, a cambio, renunciamos a confiscaros los medios de producción y el resto"·.

La transacción fue aceptada y resultó aceptable dentro de lo que cabe y en vista de lo ocurrido después. El comunismo soviético habría hecho derramar torrentes de doloridas lágrimas a Marx y a Engels, mientras en Europa avanzaba un Estado de bienestar que, a pesar de su ethos liberal, dio paso a la organización social más cercana a la justicia que se haya producido nunca en la historia de la especie. Pero los absortos ante el modelo estadounidense, alegan que el nuestro es caro, insosteniblemente caro. Habría que decirles, en primer lugar, que aquel sistema no es exactamente lo que parece de lejos. Podrían llevarse una sorpresa, si se molestaran. Entiéndaseme, hablo de precio. Si nuestro modelo es tan caro que conduce a la quiebra, tendrán que saber que el gasto social per cápita del Gobierno federal estadounidense (o sea, sin incluir a los estados federados) multiplica el nuestro con muchas creces. No me digan que hay equis millones de ciudadanos sin acceso a la sanidad gratuita, porque la cuestión no es esa, sino el gasto social que puede soportar un país sin hundirse por eso en la miseria. Si añadimos la inmensa factura del gasto militar estadounidense, tendríamos que concluir, con la lógica de nuestros liberales, que Estados Unidos se revuelca en la miseria. Qué se va a revolcar.

¿Y Europa? ¿De veras que no se puede permitir un Estado de bienestar que aun aplicándole algún recorte siempre será más generoso que el español? Qué desmonte ni qué porras. La cascada Alemania (caso en el que me entretuve no hace mucho) está saliendo del pozo a pesar de varios y muy serios pesares: Escasos recursos naturales, presión demográfica, absorción de la arruinada Alemania del Este, inmigración desaforada, y, en gran parte, patrocinio de otros países de la UE, entre los que se encuentra España. Con todo y con eso volverá a ser locomotora de Europa y seguirá proporcionando a sus ciudadanos mayor protección de la que gozamos aquí. De otro país enfermo, Francia, podría hacerse un balance menos exuberante, pero suficiente para echar por tierra el mito de que el Estado de bienestar es insostenible y hay que reducirlo hasta el rango de "sociedad caritativa", que fue lo deseado por Montesquieu, tal vez el mejor amigo de los pobres entre las grandes figuras de la Ilustración. (Algunos llegaron mucho más lejos, pero son tan secundarios que sólo se mencionan en la letra pequeña de la historia).

La deslocalización es otro cantar. Es un fenómeno que ya va siendo más viejo que la tos, pero por acumulación estamos al borde de que sobre él se produzca la ley de Engels, si no es que ya se ha producido. Pero de momento la mayor amenaza, que procede de China, no es que todos se vayan a producir allí, sino que el ingente país dé al traste con las reservas de productos naturales. Para los países a los que el gigantesco desarrollo chino ha cogido bien preparados, China es un mercado de muy grandes y muy variadas proporciones. Pero España apenas tiene presencia allí, como también la tiene escasa en la Europa del Este y en Rusia. Carecemos de productividad y buen hacer comercial. Esta frase resume la situación.

Una situación que, como hemos dicho, algunos pretenden cargarle al bien modesto Estado social que tenemos. Ya que no podemos competir con los salarios de esos países, recortemos los nuestros, vía la abolición paulatina del Estado de bienestar. Tétrico razonamiento, pero ellos tienen la sartén por el mango. Su imprevisión y su incapacidad las hemos de pagar nosotros. Tiempo han tenido de hacerse competitivos y ellos lo saben, pero no tendrán el menor empacho en hacernos cargar con sus culpas. Como el problema se agrave, lo pagará un Gobierno bisoño, con o sin Solbes.

Manuel Lloris es doctor en Filosofía y Letras.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_