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Columna
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Compás

APROVECHANDO EL material de una entrevista de Paul Gsell con el escultor Auguste Rodin sobre las opiniones de éste acerca de la belleza de la mujer, donde se aludía a la actriz japonesa Hanako, a la que había dibujado desnuda, el también japonés Mori Ogai (1862-1922) escribió un cuento, titulado con el nombre de su compatriota, incluido en la antología En construcción (Adriana Hidalgo), cuya edición castellana ha preparado Amalia Sato. A pesar de ser vástago de una aristocrática familia, Ogai recibió también una esmerada formación occidental, en la que se incluyó una larga estancia en Europa, pero tan marcado quedó por esta experiencia, que ya no logró jamás librarse del atosigante fantasma del desarraigo cultural.

Aproximadamente por las mismas fechas del periplo occidental de Ogai, hacia el fin del siglo XIX, Rodin se abandonó a la creciente pasión de dibujar del natural desnudos femeninos, sobre todo, a partir de modelos orientales, como los de las bailarinas camboyanas que acompañaron al rey Sissovath en su visita a Francia durante 1906, o como la actriz japonesa Hanako. Fuera cual fuera su atractivo exótico, el cuerpo de estas orientales distaba mucho de asimilarse al canon de belleza occidental, lo cual excitaba todavía más la sensual avidez visual del viejo artista, ya inmerso en el sabio trance final de admirarse hasta por los aspectos más insólitos y desconcertantes de la naturaleza, lo cual no dejó de convertirlo en piedra de escándalo.

En el cuento Hanako, Ogai no sólo reproduce la defensa que realmente Rodin hizo de la entonces considerada extraña y, por tanto, "fea" anatomía de la joven actriz japonesa, a la que el escultor dibujó en la difícil posición corporal de estar sobre una sola pierna mientras mantenía la otra levantada en ángulo recto, sino que, además, se inventó para la ocasión a otro personaje japonés, de nombre Kubota, estudiante a la sazón en París, el cual, según el relato, hizo la función de intérprete entre el maestro y la exótica modelo. Pues bien, mientras Kubota aguardaba en una estancia contigua a que Rodin terminara de dibujar el desnudo de Hanako, se distrajo leyendo el ensayo La moral del juguete, de Baudelaire, donde éste comenta la pasión infantil por destrozar estos objetos fascinantes buscando en su interior la explicación de su poder de encantamiento o, si se quiere, su "alma", con la consabida desilusión.

Desde un extremo al otro del planeta, el hombre contemporáneo, occidental u oriental, ha buscado encontrarse a sí mismo a través de lo que le parecía radicalmente otro. Quizá este punto de fuga perpendicular no haya logrado su ingenua pretensión existencial de un pleno autoconocimiento, pero, al menos, ha proporcionado la revelación gráfica de una mujer desnuda, sosteniéndose con las piernas abiertas en ángulo recto, como un maravilloso compás de carne y hueso, cual si se tratase de una preciosa ilustración de, en este caso, "la moral del arte", cuyo desentrañamiento implica su destripación más que su descoyuntamiento.

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