Diana de Antón Cortés
Enrique Ponce no se libra de repetir lecciones y explicar una y otra vez la tabla del seis, un latazo que aburre a los cipreses, cosa que ocurrió en el primero de la tarde, un novillete en el que, entre pase y pase, cupieron tres bostezos.
En el cuarto surgió el magisterio puro para hacer embestir a un manso que había vapuleado el estribo y se había quejado a berrido limpio en banderillas. A la segunda lo metió en la canasta por naturales y antes de la tercera ya le había hecho soñar en un
cambio de manos. Le obligó a hacer kilómetros tragando con la muleta y cuando, de frente, juntó los pies por naturales, el toro parecía bravo.
La parte negativa es que todo se desarrolló de pase en pase, con grave detrimento del verbo ligar, y que la espada se negó. ¿La distancia? Considerable, debe ser la modernidad.
Zalduendo / Ponce, Juli, Cortés
Tres toros de Zalduendo, 2º, 4º y 6º -sobrero- y tres de Toros de Cortés, terciados, mansos y sin fuerzas. Enrique Ponce: aviso y ovación; vuelta. El Juli: silencio en los dos. Antón Cortés: ovación y dos orejas. Plaza de Granada, 9 de junio. 3ª de feria. Dos tercios de entrada.
El sexto se llevó el premio al zambombo afeitado y manso; fue devuelto, cuando no debía haber salido. En su lugar salió un hermano gemelo, despitorrado y violento. Cortés se dobló con él y, además de hacerlo embestir, ligó series de mano prodigiosamente bajas y de gran poder de sometimiento.
Aunque Ponce fuera el maestro, la lección, ayer, corrió a cargo de Antón Cortés, que mató defectuosamente.
En el tercero, Cortés, que estaba por agradar, se estiró en los lances de recibo y planteó la faena con cinco series de redondos que tuvieron la virtud de ir mejorando y el defecto de no llegar nunca a ser rotundas por emplear el pico en lugar de la panza de la muleta, defecto que se acentuó en el único intento a izquierdas, que fracasó no sólo porque fuera el peor pitón, sino por el elemental error de colocación en el cite, que abría al toro la puerta para elegir muleta o torero.
Fue necesario reconocer 19 toros para dejar seis ruinas. La segunda era un ejemplar basto, acarnerado, lucero y cornicortado, que arrastraba su vergüenza por el ruedo.
El Juli no usó de misericordia -¿por qué?- y lo tiró mientras la bronca subía de tono. El diestro procuró tirar la primera piedra a la presidencia, como si él y los suyos estuvieran libres de pecado. Al quinto, en cambio, no lo quiso tirar y lo mantuvo en pie para nada.
Babelia
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