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FÓRUM DE BARCELONA | Opinión
Columna
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De turista en el Fórum

Pertrechada con mi entrada de tres días, comprada con descuento hace meses, fui a hacer unas horas de turismo al Fórum. Entré a las seis de la tarde el miércoles pasado, con la mala conciencia de no haber ido en el vehículo oficial, la bicicleta (ya no estoy para estos tutes), ni en transporte público porque no tenía ninguna garantía de que funcionaran a mi vuelta, previsiblemente tardía. Pagué, pues, mis siete euros de aparcamiento con complejo de transgredir toda clase de recomendaciones. Pero la tarde era fresca, agradable, y la caminata del aparcamiento a la entrada -con escalada de rampa- se me hizo corta. Como había poca gente (no era hora de niños) sentí que la inmensidad que me recibía era toda para mí, igual que una vez, hace años, participé en una visita privada a la Sagrada Familia.

Me dirigí de inmediato al trenecito -muy parecido a los que operaban en el Tibidabo en mi infancia- para disfrutar de una visión general del magno conjunto. Jubilados, jóvenes y turistas, sin ninguna apretura ni prisa, me acompañaban. Fue una decisión acertada. "Es mucho Fórum", dijo alguien. Desde luego. Al menos dos puertos, una playa artificial, infinitos recintos (¿son posibles tantos espectáculos?) delimitados con gradas, pasarelas, puentes y construcciones de monumentales proporciones horizontales merecen el tour del cemento. Vimos también la carcasa del show Mover el mundo, del Gigante de los mares y los inmensos muñecos de goma (¡qué miedo dan!) del espectáculo infantil. Supimos dónde se ubicaban las principales exposiciones.

El tren nos ofreció un imprescindible plano vivo del recinto, sus descomunales magnitudes y tiempo para reflexionar sobre qué será de esta inmensidad cuando acabe el Fórum y cómo se mantendrá. Confieso mi ignorancia sobre el futuro de esta parte de Barcelona, pero todo parece preparado para una explotación (¿pública, privada?) del ocio a escala mastodóntica. Malos pensamientos, claro, políticamente impropios. Como hoy día no se hace nada sin posibilidad de que sea negocio, ¿quién se atreverá con el del post-Fórum?, pensaba mientras disfrutaba del estupendo observatorio que es la fotovoltaica, una megarreconstrucción tecnocrática futurista de lo que era la parra mediterránea.

A mi lado, un señor muy serio comentaba: "Aquí si que hay sitio para una feria de muestras decente". Y un poco más allá, un joven confundió el Centro de Convenciones con El Corte Inglés; seguramente lo echaba de menos al salir de la jaima, donde se juntan tantas cosas (diseño, protesta, bondad, maldad, tecnología y artesanía) que aún no las he digerido. Pero me quedan entradas para dos días más.

La excusa primordial de mi visita era escuchar a Astrid Haddad, una maravilla de cantante mexicana que merecía haber sido tan promocionada como Gorbachov. Haddad es una joya de las que quedan pocas y que en otras épocas barcelonesas hubiera sido un boom. Su estética supera a Dalí y Almodóvar juntos, y ella aspira a que un día la subasten en Sotheby's, cosa que sin duda ocurrirá si no están del todo ciegos. Sus músicas y letras arrollan el machismo, el feminismo, el folclor, el kitsch y los pensamientos correctos.

El público del abarrotado cabaret disfrutó de lo lindo, pese a que no era el público natural de tal exquisitez para la pervivencia del espíritu irónico. Algunos insensatos la abandonaron cuando se dieron cuenta de que era la hora del "espectáculo del cemento y la chatarra" -palabras de Haddad- que se celebraba en el puerto, con explosión de colorines. Un puntazo imprevisto -y desconocido- del Fórum que merece la visita (hasta el día 15 de junio). Astrid Haddad es la gran paradoja de este Fórum de famosos, gigantes y constructoras. Es como si El Molino -¿lo recuerdan?- hubiera instalado un gramo de cosmopolitismo humano en el futuro para reconfortarnos.

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