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Crónica:LA CRÓNICA
Crónica
Texto informativo con interpretación

Romance interrumpido

Para escribir este romance, aún inédito entre los más grandes de los suyos, el músico Alfonso Vilallonga toma la ciudad y una mujer y los pone juntos como dos palabras, y como con ellas se sienta y espera a ver lo que sucede. Mientras tanto, amontona sobre la una y la otra recuerdos, circunstancias, músicas que pudieran empezar a mover a los autómatas. Respecto a Barcelona, por ejemplo, pone el día que volvió después de una década pasada en América. Nueve años en Boston y el último en Nueva York. El trompazo. Sucedió en 1992, cuando él tenía 30 años. A los pocos días de llegar se dio cuenta de que la ciudad había cambiado mucho menos que él. La vida de los hombres está repleta de este tipo de incidentes decisivos que no salen en los periódicos. Se encerró en la casa, se echó en el sofá y permaneció en esa decisión unas cuantas semanas. Hasta que un anochecer se levantó, salió, paseó un rato, entró en un lugar poco destacable, pidió una cerveza y un bocadillo, los comió sentado a la barra, fumó un cigarro, volvió a la calle, caminó otra vez en dirección a casa y abriendo el portal y echando distraídamente la vista hacia atrás se habló con voz campanuda, y con mucho humor se dijo que ésta era su patria. Hoy, muchos años después, cuando le preguntan por ello exhibe el chiste del psicoanalista; es decir, un hombre que se hace pipí y empieza con el psicoanalista y al cabo de un mes le preguntan cómo va y contesta que muy bien, que sigue haciéndose pipí pero que ya no le importa. Fue a Boston a estudiar música, todo pagado, y había logrado aprender mucho. Llevó una vida interesante y cómoda. Pero había vuelto por el hastío de América. Por el gregarismo americano. Desconcertado por la evidencia de que un americano de izquierdas era primero americano y luego de izquierdas, una rara y desagradable característica que sólo había visto darse en Cataluña. Pero que en Cataluña nunca supo cómo plantarle cara, dado el problema de que él era catalán y de izquierdas.

Retrato del músico Alfonso Villalonga , una noche, peinando a una mujer bajo la marquesina luminosa del 'peep show' de La Rambla

Del lado de Barcelona esto era lo que puede llevar al romance. Desarraigo e ironía, y la nobleza cansada de los actos cotidianos, repetidos. De la costumbre como eficaz generadora de patriotas. Aquel camino de noche entre el bar y la casa.

En cuanto a la mujer, se trataba de una arquitecta muy bella, que tenía el pelo largo y castaño. Nada más. No hay nada más. Pero fue para casos como éste que Aristóteles estableció la superioridad de la poesía sobre la crónica. Una mujer incrustada en la ciudad y es la ciudad, la gran bestia, la que gira enloquecida a su antojo. Ahí van pues las dos, romance abajo, mientras Vilallonga fabrica los primeros acordes y razona que ha de meter, preceptivo, a un hombre, no fuera que algún iluso aún confundiera la voz que canta con la que ronronea bajo la lluvia.

Así que dados la lluvia y el susurro (ronroneo poético), él y ella se encuentran, de hecho ya van caminando juntos, de hecho es que están volviendo de La Paloma, la sala de baile de la calle del Tigre. El Tigre y La Paloma es un bonito nombre para un romance y sorprende que nadie haya reparado en que quizá el baile se llame así por la calle, qué superconjunto memorable en cualquier caso; en fin, lo cierto es que vuelven de un concierto en La Paloma, quizá habría actuado Alfonso Vilallonga, pero atención con estas cosas porque siempre hay riesgo de acabar haciendo el pirandello, vuelven y él le dice a ella si conoce el Kentucky, un bar del Arco del Teatro, un antro de esos que echan la persiana, un lugar seguro, área de servicio, y no de trabajo, de los asesinos, fuerte pero legal, te hará gracia. Allí beben y se acercan, pero sobre todo ríen, y escuchan a una maricona cantar un bolerazo, podrían meterse, con su música, dos líneas del bolero, a ver por qué una música no puede llevar su música de fondo, si la llevan las novelas y las películas, usted es la culpable, la única culpable de todos mis quebrantos. Salen del Kentucky y llueve. Nadie lleva paraguas. ¡Cómo van a llevarlo si ya se aman! Arrecia cuando cruzan el Arco del Teatro. Las tres de la mañana. El dramático instante gramsciano de la crisis: los taxistas de la noche ya duermen y los de la mañana aún se están desperezando. Él es de repente quien lo dice, corre póngamonos aquí. Aquí es debajo de la luminosa marquesina de un peep show de La Rambla. Se miran y estallan en una carcajada, como sucede en algún momento de todos los romances. Pasa una próstata que los mira. Ríen y jadean. Ella está de veras muy guapa con los mechones húmedos sobre los ojos. Pero no hay duda de que necesitaría un buen peinado. Él evalúa en silencio las posibilidades. No, eso no lo ha hecho nunca con ninguna mujer. Pero va a atreverse. Echa la mano al bolsillo trasero del pantalón y tantea su peine. En este momento se alegra mucho de haber dejado claro que uno es el que ha corrido bajo la lluvia y otro el que canta. ¡Alfonso de Vilallonga con un peine asomando por el bolsillo del culo! Uf, que suerte. Déjame que te peine, le dice con dulce imperio. Ella somete su cabellera mojada. Una y otra vez él pasa el peine por aquel camino. Hay un momento en que, despejada por completo la frente, ella le mira. Las lucecillas del peep show, pobrecillas perversas, tiemblan azoradas bajo aquellos ojos. Una voz seca, insólita para las circunstancias ambientales, dice lentamente que le gustaría escuchar cómo la lluvia golpea sobre las tejas.

Fríamente Villalonga mete un sol y los despierta.

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