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Columna
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Libros de feria

Se dice que la gente no lee casi nada, que la mayor parte de los ciudadanos sufren alergia a la letra impresa y que los medios de comunicación de masas, empezando por la televisión y acabando por la red de Internet, terminarán haciendo de nosotros y de nuestros hijos, si es que no lo han logrado ya, analfabetos funcionales.

Es posible que todo sea cierto, aunque desde hace décadas escuchamos el mismo mensaje pesimista como una salmodia. Puede que este mensaje apocalíptico que pronostica el fin de la Galaxia Gutenberg se convierta con el paso del tiempo (si es que no lo ha hecho ya en la misma medida en la que nuestros hijos se han hecho analfabetos funcionales) en un género literario con su retórica y convenciones propias. Un género que ayude a alimentar cada año el insaciable estómago de las ferias del libro. Libros sobre lo poco que nos gustan los libros. Seguro que se venden este año, porque todo se vende en la feria. Todo se da por bueno con tal de que termine convertido en un libro -el género da igual- que se pueda presentar en la feria debajo de una carpa.

Que el libro en cuestión tenga diez o diez mil lectores verdaderos es otro asunto. Lo importante es tener una presencia, una hoja de respeto (algunos editores primerizos o rácanos se olvidan de ella) donde estampar una dedicatoria afectuosa o falsa como un duro de plomo al lector potencial o supuesto. José María Aznar no ha parado esta última semana de firmar ejemplares de su libro. Un libro en el que narra su experiencia de ocho años al frente del Gobierno. El jueves pasado, el amigo de Bush y Berlusconi aterrizó en Bilbao con su libro debajo del brazo. Todo para acabar en el escaparate de un gran almacén en día de feria. Tantos trabajos, luchas, asechanzas, intrigas, éxitos y fracasos, decretos-ley y guerras para que alguien, al fin, tenga la deferencia y el humor de publicarte un libro y obligarte, además, a presentarlo en todas las casetas de las ferias del libro de ese viejo país ineficiente del que habló Gil de Biedma. Ése era su secreto: que no había secreto porque todos desean los mismo: publicar ese libro que nadie leerá, pero que todos quieren haber escrito.

Los pueden ver a todos en la feria: políticos en el dique seco, presentadores de televisión, ex presidiarios, bastardos reales, terroristas reciclados, enfermos que han logrado sobrevivir al cáncer, cocineros famosos, deportistas famosos, mujeres de, viudas de, hijos de. Todo para llegar a esto, a la feria del libro con un libro. Y luego dicen que los libros son caros o que están condenados a la extinción igual que los mamuts o que los dinosaurios. ¿Quién podría creerse semejante especie visitando la feria? Hay algo misterioso en el prestigio de la letra impresa, algo que empuja a Aznar y que empuja a Argiñano y que empuja a Leandro de Borbón con una fuerza irresistible. Todo se da por bueno si concluye con la firma de un libro. Todo menos, tal vez, la tarea de escribirlo.

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