Mourinho, al Chelsea; Ranieri...
El director general del Valencia, Manuel Llorente, viajó ayer a Londres para tratar de fichar al técnico italiano Claudio Ranieri, de 53 años, destituido en el Chelsea, con el que alcanzó las pasadas semifinales de la Liga de Campeones.
Ranieri es la opción con que los dirigentes del Valencia pretender aplacar la ira de la hinchada tras la marcha de Benítez. El preparador italiano ya dirigió al equipo entre 1997 y 1999, año en que ganó la Copa del Rey, antes de fichar por el Atlético de Madrid. Además, goza del respaldo del vestuario de Mestalla, que guarda un grato recuerdo de él. De hecho, el capitán, Albelda, fue consultado por Llorente en la noche del lunes. Y dio su visto bueno a su regreso. También el portero Cañizares. Ranieri, a su vez, se mostró favorable a volver a Mestalla después de haber cobrado su finiquito en el Chelsea.
Su puesto en el banquillo de Stamford Bridge lo ocupará José Mourinho. El portugués se comprometió ayer definitivamente con el club londinense, cuyo dueño es el magnate ruso del petróleo Roman Abramovich. Precisamente fue éste quien hizo público el acuerdo con el Oporto para que le deje libre.
Mourinho llegó ayer mismo a Londres para firmar su nuevo contrato. Ranieri ya confirmó el lunes que no continuaría en el Chelsea a pesar de tener contrato hasta 2007. "Las conversaciones están en su última fase", confirmó Abramovich. A su vez, el Oporto aseguró haber rescindido el de Mourinho, que era hasta 2005, tras haber llegado a un acuerdo con el club ingles.
Mourinho, a sus 41 años, ha ganado con el Oporto, en los dos últimos años, una Liga de Campeones, dos Ligas y una Copa de su país y una Copa de la UEFA. Cinco títulos, entre ellos el más prestigioso del continente. Una sucesión de triunfos inesperada en un hombre que hasta hace poco ejercía de traductor. Ésa fue, en teoría, su función con el británico Bobby Robson en el Sporting de Lisboa y en el Barcelona.
Tras el triunfo ante el Mónaco en la final de la Liga de Campeones, Mourinho tuvo varios encontronazos con el Oporto. Primero, con su directiva, que ya sospechaba su fuga. Después, con la afición, a la que regateó en el aeropuerto de la ciudad al regreso de Gelsenkirchen para marcharse directamente a Lisboa y desde la capital de vacaciones a Brasil.
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